¿DE QUÉ SE TRATA?
Este blog será una herramienta del seminario El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás, a dictarse en la ciudad de Rafaela durante el año 2010.
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miércoles, 24 de marzo de 2010
jueves, 11 de marzo de 2010
Del diagnóstico al Juicio Clínico.
Del diagnóstico al Juicio Clínico. (I)
Marité Colovini
1- El alma, el yo y la conciencia.
La psicopatología de los antiguos se resume por entero en la expresión «la enfermedad del alma» -por más que hoy en día suene anticuada- pues es el término empleado a lo largo de toda la tradición médico-filosófica.
En la historia de la medicina, a medida que el cuerpo se constituye, el alma también se complica y se estructura; se le busca un lugar en el cuerpo; se le confieren poderes y funciones: se le atribuyen incluso partes o facultades; se pretende dar cuenta de cómo puede servirse de su cuerpo y comportarse en él.
En todo caso, la enfermedad del alma depende, entonces, de una toma de consciencia doble: por un lado, médica, puesto que se trata de enfermedad, y filosófica por el otro, porque es asunto del alma. Esta ambigüedad, o mejor aún, duplicidad, se debe a que el cuerpo es el lugar donde el alma se experimenta a sí misma. Y no se experimenta a sí misma sin dolor y sufrimiento. El hombre, para retomar una fórmula que es de Séneca tanto como de Heidegger, es un ser para la muerte. Lucrecio también sabe que el fundamento de la enfermedad del alma es el miedo de morir.
La salud del alma, la salud mental, sería estrictamente equivalente a la sabiduría. Pero como todo el mundo no es sabio, al filósofo le incumbe cumplir su misión terapéutica –tarea inmensa, por decir lo menos-. Jackie Pigeaud, en su docto libro La maladie de I'ame,atribuye una importancia crucial al tratado hipocrático La Medicina Antigua. Lo más interesante es que este texto propone una teoría del conocimiento médico fundado en el diálogo.
Es indudable que la episteme de los griegos, por más que nos haya marcado indeleblemente, ya no rige nuestra constelación conceptual y mental.
La revolución científica, inaugurada en el siglo XVII por Galileo y proseguida ineluctablemente desde entonces, introdujo una profunda ruptura y asestó un golpe definitivo a la concepción antigua de un orden cósmico finito y jerárquico que «ascendía desde la tierra oscura, pesada e imperfecta hasta la perfección cada vez mayor de las estrellas y las esferas celestes».
Pero lo que es crucial resaltar es que esta concepción cósmica resultaba absolutamente esencial para la definición del alma, de su salud - o de su enfermedad.
En cambio, lo que la revolución científica hizo por primera vez perceptible, desgajándolo de sus saturaciones es el concepto de «sujeto», en ruptura radical con la noción antigua del alma.
En nuestra perspectiva, la obra de Descartes puede considerarse como el establecimiento de las condiciones de posibilidad del saber científico, como lo que el surgimiento de la ciencia exige del pensamiento. Así, Descartes en el cogito tuvo que inventar lo que la ciencia requería: su sujeto.
Considerado como el primer filósofo moderno, introduce una disyunción inaudita entre la verdad y el saber: las verdades eternas son divinas, no competen a la humanidad: en cambio, el saber es responsabilidad del hombre, porque es empírico, porque es de este mundo.
Surge así el sujeto que conviene a la actividad científica: el sujeto cognoscente, alguien que existe en tanto piensa, o sea: un sujeto que funda su existencia en la medida en que piensa.
Descartes se preguntaba qué era él, quien sabía que pensaba. No podía definirse como un ser corporal, porque había puesto en duda todo dato de los sentidos. Sí estaba seguro de que pensaba. Por ello se definía a sí mismo como una "cosa que piensa" o una "substancia pensante". Así, para que exista conocimiento, se precisará de un sujeto que piense (que dude, que desee, que recuerde,..).
Según Descartes, entonces:
-El pensamiento se da sólo en un sujeto consciente de su actividad mental.
-El conocimiento de la realidad, es siempre un conocimiento consciente.
A partir del pensamiento de Descartes, se plantea la necesidad de una reflexión lógica y psicológica sobre el pensamiento y el objeto. Por lo tanto, se requiere comenzar con una teoría del conocimiento, sus orígenes, límites y posibilidades.
Vemos entonces que el Idealismo conduce a la filosofía necesariamente a tratar una teoría del conocimiento, el instrumento mental imprescindible para entender la realidad.
Una teoría del conocimiento necesita analizarlo como fenómeno, es decir aislarlo de los cambios históricos y existenciales, sin importarnos si existe o no existe si es posible o no; o sea, poniéndolo entre paréntesis.
Vemos en primer lugar al sujeto que piensa, al sujeto que conoce y al objeto conocido, porque todo conocimiento surge de la dualidad o relación sujeto- objeto.
Este sujeto, este yo que piensa y conoce, este yo conciente inaugurado por Descartes en el siglo XVII, es el que perdura como categoría en la que se fundan la Psiquiatría y la Psicología. El discurso de la Psiquiatría, así como el de la Psicología, en tanto discursos de la ciencia, se basan en el conocimiento del yo, vale decir, del sujeto de la conciencia.
Hay una cuestión que es central a la Filosofía y a la Psicología, que es el concepto de unidad; es decir lo relativo a la unidad mente-cuerpo. Pero para que lo haya, para que exista una unidad mente-cuerpo, primero tuvo que ser postulado, como vimos, que a un cuerpo le correspondía un alma. Entonces, esta unidad que se establece entre el alma y el cuerpo da como resultado el individuo.
Sin lugar a dudas, es el sostenimiento de esta unidad, lo que lleva a considerar “las enfermedades del alma” del mismo modo que las del cuerpo. Nacimiento de la Psiquiatría, como campo que se deriva de la Medicina y como vimos en la clase anterior, de la Psicopatología, en el movimiento en que se establece el psiquismo como un aparato que pertenece al organismo.
Pero si el sujeto del que se trata es el sujeto de la conciencia, tenemos que, solamente es el yo conciente quien puede percibir su sufrimiento y relatarlo al pedir ayuda.
2- El estallido del cogito. Postular la existencia del inconsciente.
Lo que Freud establece con la operación de postular la existencia del inconsciente, modifica toda la propuesta teórica del racionalismo tradicional.
Freud subvierte las posiciones respecto al yo congnoscente y pensante, al instalar también el pensamiento en otra localidad psíquica: el inconsciente.
La cientificidad médica y psicológica , inducida por el positivismo, no puede dar cuenta de las operaciones eficaces del inconsciente ni de su lógica paradojal. Tampoco incluye su soporte de lo contradictorio, la significación de lo negativo, de lo ausente, de lo que no cesa de no escribirse.
El cuerpo implicado, el "cuerpo" entretejido de palabras que llega al consultorio, no es equivalente al cuerpo orgánico que recibe la medicina. Tampoco lo son los avatares de la relación que allí se produce y sus efectos. Tampoco se trata de un individuo que sufre y puede conocerse íntegramente, como lo recibe la psicología.
Para el Psicoanálisis, el sujeto no está en la conciencia (ya que éste es un lugar falso), sino en el inconsciente; es por lo tanto un sujeto escindido de la conciencia y del inconsciente.
Es un sujeto que se conoce por sus efectos, el Psicoanálisis interroga por tanto en relación a éstos efectos.
Sabemos que el psicoanálisis establece su objeto de conocimiento, es decir, define los límites que le son propios como ciencia en La interpretación de los sueños, texto publicado por Freud en 1900. En este trabajo, Freud funda el psicoanálisis sobre el concepto de inconsciente como objeto de conocimiento que le es propio: es decir, como concepto que habrá de articular toda la producción teórica de esa ciencia.
Esta revolución que el psicoanálisis establece en todos los órdenes: tanto el social como el cultural, es llamada por Freud “herida narcisística” en lo que el hombre entiende como lo más propio, como aquello que lo define y le da identidad: la conciencia, su ser conciente.
Lo que el psicoanálisis nos viene a decir es que “no somos los amos de nuestra propia casa”, que somos unos desconocidos para nosotros mismos y que aquello que considerábamos como el centro de nuestro ser no es más que un órgano de percepción, tan sensible y equívoco como cualquier otro. Esto es lo que se denomina como la subversión del sujeto cartesiano, que lleva a cabo el psicoanálisis. Frente a la formulación cartesiana “pienso luego existo”, el psicoanálisis dice “pienso donde no soy, soy donde no pienso”.
Ahora bien, si la conciencia, si el pensamiento consciente ya no es más el centro de la vida psíquica del hombre ¿qué puede haber venido a ocupar su lugar? El centro de la vida psíquica del sujeto, con el advenimiento del psicoanálisis, se ha desplazado de la conciencia hacia el inconsciente, siendo ahora este último sistema el que determina la totalidad de la vida mental y anímica del hombre, incluyendo la propia conciencia desplazada a la periferia de los sentidos. El concepto de inconsciente ha venido, de alguna manera, a llenar un vacío en nuestro conocimiento de lo humano, pues sin la inserción del inconsciente, dice Freud, la mayor parte de la actividad psíquica humana resulta incomprensible y oscura, dando lugar a discusiones bizantinas tales como el problema mente-cuerpo que ha ocupado la reflexión filosófica del último siglo. Sin embargo, decirlo así sería tanto como limitar y hasta desestimar el alcance de la producción del inconsciente. No es que con el inconsciente ahora sabemos, en el mismo orden de pensamientos, lo que antes ignorábamos y que, como un ladrillo sobre otro, el psicoanálisis se ha venido a sumar a un conocimiento que crece y evoluciona, madurando su riqueza en la historia de las humanidades.
El psicoanálisis no pertenece a las ciencias humanas, es decir, no viene a sumarse a nuestro cúmulo de conocimientos acerca del hombre, sino que en su producción hay una nueva concepción del hombre, una nueva forma de producir al sujeto humano: se trata de un sujeto de la ciencia no una ciencia del sujeto. Esto se debe, entre otras cosas, y como se verá, a que el sujeto del que se ocupa el psicoanálisis es un sujeto a producir, es decir, no es un sujeto que exista previamente.
Ahora bien, para que se pueda producir un concepto tal como el concepto de inconsciente, es necesario que se opere en la historia del pensamiento una ruptura con los modos anteriores, más o menos ideológicos, del pensar.
Es evidente que antes, y también después, de Freud se ha hecho un amplio uso de la palabra “inconsciente”. En los distintos órdenes del saber y de la ciencia, la filosofía, la psicología, la neurología, etc., es posible encontrar alguna definición de lo que sería lo inconsciente dentro de un determinado discurso. Algunos, como ya lo hiciera Santo Tomás, lo entienden como algo contrario a la conciencia, como una suerte de conciencia negativa. Otros piensan lo inconsciente como las funciones que no requieren de la conciencia para llevarse a cabo, tales como las diversas actividades fisiológicas, los movimientos mecánicos o, simplemente, lo que se realiza sin pensar. Quizás la manera más extendida de pensar lo inconsciente, en la actualidad, sea pensarlo como una suerte de segunda conciencia, que subyace a la primera, esto es, como subconsciente. El mismo Freud se ocupó de esclarecer esta confusión, a la que son propensos aquellos que están sujetos a las categorías de la psicología.
Cuando decimos que el centro de la vida psíquica se desplaza de la conciencia al inconsciente no queremos decir con ello que el lugar que ocupa el inconsciente es un lugar situado espacio-temporalmente en algún lugar dentro del hombre, debajo o en un plano opuesto al de la conciencia. Veremos como lo psíquico constituye para el psicoanálisis un nuevo nivel de objetividad que tiene lugar en y a través del lenguaje.
Sin embargo, es a partir de La interpretación de los sueños que el término “inconsciente” alcanza su plena dimensión como concepto, es decir, en tanto que se haya articulando la teoría y produciendo el discurso del psicoanálisis. El problema no es que aquellas aproximaciones de la filosofía o de la psicología sean o no válidas, en su particular manera de enunciar su percepción del asunto. La cuestión es que se trata de temas diferentes. El inconsciente del que se ocupa el psicoanálisis es un concepto sometido a otra lógica, a otro tiempo, a otra dimensión del pensamiento. Las antiguas categorías empíricas de comprensión y descubrimiento no nos servirán para aprehenderlo, en tanto que sus modos de producirse no son del orden de lo fenomenológico. Y esto, valga la insistencia, por el modo que tiene el inconsciente de subvertirlo todo, de transformar todo aquello que toca.
El psicoanálisis no reclama para sí el estudio del inconsciente, ni desautoriza otras formas de pensamiento acerca del tema. Lo que afirma el psicoanálisis es que el ámbito de conocimiento que le es propio no coincide con el de otras ciencias. Y eso se ve por el propio tratamiento que hace Freud de la cuestión. Lo que se establece con el concepto de inconsciente en el texto de Freud, es aquello de lo que propiamente se ocupa el psicoanálisis. Y eso de lo que se ocupa el psicoanálisis es de lo reprimido, del inconsciente reprimido: el deseo sexual, infantil y reprimido. Esta, aparentemente escandalosa trilogía, tiene el carácter de una fórmula, la primera formulación de lo que es el inconsciente en psicoanálisis.
Del Diagnóstico al Juicio Clínico (II)
En la clase anterior hemos precisado la subversión que el psicoanálisis introduce en la cultura al postular un sujeto del inconsciente, lo que nos permite situar una de las diferencias más importantes respecto al discurso médico /psicológico y el discurso del psicoanálisis.
Hoy continuaremos con el recorrido que va del Diagnóstico al Juicio Clínico.
Para ello, se hace menester desplegar algunos conceptos y categorías.
1- Lo universal, lo particular y lo singular:
El mundo único solo existe en forma de un conjunto de distintos fenómenos, objetos, acontecimientos, que poseen sus propias características individuales e irrepetibles. La existencia de objetos y fenómenos delimitados entre sí en el espacio y el tiempo, que poseen una determinación cuantitativa y cualitativa individual, es definida por la categoría de lo singular. Esta categoría expresa lo que distingue a un objeto de otro, lo que es propio únicamente al objeto dado.
Pero cualquier objeto no es más que un momento de un sistema integral. La comunidad de propiedades y relaciones de los fenómenos se expresa en la categoría de lo universal. Esta categoría refleja la semejanza de propiedades, la conexión del objeto con el sistema del mundo, la similitud de los nexos esenciales entre los objetos.
De manera que cada fenómeno, además de los rasgos singulares que lo diferencian, posee rasgos comunes, generales, que lo asemejan a otros fenómenos. Si los rasgos singulares distinguen a un fenómeno dado de los demás, lo universal los aproxima, los vincula entre sí. Las categorías de lo singular y lo universal expresan la unidad dialéctica entre lo común (lo universal) y lo diverso (lo singular ) en el objeto.
Entre lo singular y lo universal existe, como si fuera un eslabón que los une, que los vincula, la categoría de lo particular. Lo particular es más amplio que lo singular y menos amplio que lo universal.
Es necesario retomar estas ideas en su aplicación a la práctica médica, comenzando por las categorías enfermedad y enfermo. La enfermedad es lo universal, un enfermo concreto con esa enfermedad es lo singular y los grupos de enfermos que conforman tipos, pueden situarse en lo particular. Vemos también que hay superposición pero no equivalencia entre el singular y el particular. Siempre habrá un resto que hace a lo singular. Si la práctica médica precisa de la universalización y la particularización, no debe olvidar este resto, ya que es aquello que conforma la singularidad de su propio acto.
Una enfermedad cualquiera es una abstracción, una síntesis, un concepto, una categoría, a la que se llegó en un determinado momento de la acumulación histórica de conocimientos acerca de ella y que proviene de la observación y el estudio de un número mayor o menor de enfermos en los cuales se repiten, una y otra vez, rasgos y fenómenos similares.
Pero la enfermedad es también un fenómeno objetivo, que existe en la naturaleza, independiente del pensamiento, existe en la naturaleza pero se expresa a través de enfermos singulares, individuales. No se puede ver si no es en un enfermo: lo universal solo existe en lo singular. De igual forma, un paciente con una determinada enfermedad jamás tendrá todos los síntomas descritos en ella, puesto que en todo fenómeno singular (el enfermo) siempre hay algunos rasgos, pero no todos, de la categoría universal (la enfermedad).
De lo anterior se interpreta que de los enfermos con una enfermedad, ninguno será exactamente igual a los demás. Es la misma enfermedad, pero varía de uno a otro, porque no hay una sola enfermedad que curse exactamente igual en dos personas, ni hay dos personas iguales. Las cosas y los acontecimientos son absolutamente irrepetibles.
Los conceptos de enfermedad, en las diferentes sociedades de nuestra cultura, fueron moldeados también por la existencia de diferentes enfermedades. Las culturas egipcias ya tenían los primeros medios de un diagnóstico que podían considerarse como los cimientos de una medicina de diagnóstico, y que se desarrolló cada vez más a través de los siglos. Durante la Edad Media y el Renacimiento, prevalecieron muchas enfermedades infecciosas que costaron muchas vidas. Los autores árabes y romanos de su tiempo trabajaron sobre el viejo concepto de las infecciones y las enfermedades infecciosas, pero no existía un concepto claro y abarcador como tal. Las razones de las infecciones eran muchas: podían ser desarrolladas dentro del cuerpo, como resultado del desarrollo de la enfermedad o por otras influencias tales como las estrellas. Por eso es que, por ejemplo, el nombre de la infección del virus sea influenza, influido por las estrellas. Las grandes epidemias tuvieron lugar en la plaga de 527-565 (del Imperio Justiniano), la epidemia de cólera (mediados del siglo XVIII), en Londres (1665) y también en Marsella (1720) como las últimas grandes epidemias en Europa. La más terrible de todas las epidemias fue la de la lepra durante la Edad Media. Ya en 1495, la sífilis desarrolló un carácter epidémico.
El crecimiento del conocimiento médico indujo a una definición más clara de las enfermedades epidémicas: su carácter infeccioso era siempre el mismo de persona a persona. Este enfoque antológico, de ver la enfermedad como real, y darle una existencia independiente, estaba basado principalmente en las ideas de Paracelso (1678-1541). La enfermedad era definida por esta escuela, como parásitos causados por factores externos, e independientes de las circunstancias personales del individuo.
El inglés William Harvey (1578-1657) asumió una vida individual de tumores y planteó que las enfermedades que eran causadas por infecciones o envenenamiento poseían su propia vitalidad, en el lenguaje actual: su propia energía.
Thomas Sydenham (1624-1689) fue uno de los fundadores de la Nosología, la ciencia de clasificarlas enfermedades. Sydenham creía que la causa de las epidemias eran cambios ocultos e inexplicables en el centro de la tierra, que liberaban vapor, el cual cambiaba la calidad del aire y hacía a los humanos más susceptibles a las epidemias. Otro importante papel de la existencia de las epidemias eran factores ocultos, inexplicables y causantes de ansiedad.
Linne (1701-78), Boissier de Sauvages (1706-67), Cullen (1710-90), Pinell (1745-1826) y Schoenlein (1793-1864) crearon sistemas nosológicos, en los cuales las enfermedades eran clasificadas en grupos, especies y géneros sobre la base de sus síntomas clínicos. Este sistema de clasificación es aún la base de nuestra comprensión moderna de la enfermedad.
La salud como la enfermedad son dos conceptos que están siendo continuamente reconstruidos a partir de negociaciones y reconfiguraciones socioculturales, siendo la construcción de un discurso que informe a la práctica clínica un lugar crucial en la determinación valórica del estatuto médico. Hay que reflexionar pues sobre los orígenes y modo de constitución del discurso médico, la forma en que su hablar dibuja la realidad, la reifica, y le otorga un basamento epistemológico a partir del cual realizar preguntas tan cruciales, de compromisos valóricos tan sustantivos, como si lo que hay son enfermos o enfermedades, es decir, cuál es el estatuto ontológico de la enfermedad o de su contraparte, la salud, qué tipo de realidad son.
2- El diagnóstico:
Etimológicamente se compone de la raíz griega dia: que significa a través de y gignoskein (conocer).
Según el diccionario, el término significa: Perteneciente o relativo a la diagnosis, expresión que se formó a partir del verbo diagignoskein (distinguir, discernir, discriminar).
Otras acepciones son:
Razonamiento dirigido a la determinación de la naturaleza y origen de un fenómeno.
Razonamiento dirigido a la determinación de la naturaleza y causas de un fenómeno.
Proceso que se realiza en un objeto determinado, generalmente para solucionar un PROBLEMA. En el proceso de diagnóstico dicho problema experimenta cambios cuantitativos y cualitativos, los que tienden a la solución del problema. Consta de varias etapas, dialécticamente relacionadas, que son: - Evaluación - Procesamiento mental de la información - Intervención - Seguimiento.
En Medicina: Identificación de la enfermedad, afección o lesión que sufre un paciente, de su localización y su naturaleza, llegando a la identificación por los diversos síntomas y signos presentes en el enfermo, siguiendo un razonamiento analógico.
Proceso de asignación de determinados atributos clínicos, o de pacientes que manifiestan dichos atributos, a una categoría del sistema de clasificación.
Definir un proceso patológico diferenciándolo de otros.
Calificación que da el médico a la enfermedad según los signos que advierte.
El término dice entonces que hay un fenómeno que acontece y un agente, que lo nombra, lo distingue, lo ubica en un sistema clasificatorio. Fija los parámetros en el orden en que los formula el saber médico, o sea por evidencias, por lo que es síntoma para la medicina, por lo manifiesto. Define desde allí un curso previsible de evolución del fenómeno, aún cuando prevea alterativas.
Tratándose de la salud mental es mucho más evidente que a través del diagnóstico se anuncia lo que el paciente “es”. Así, cuando alguien se pregunta si su paciente “es” maníaco-depresivo, fóbico o melancólico, o cuando alguien le dice a su paciente que en definitiva él “es” un esquizofrénico, un obsesivo o un panicoso, en definitiva está entificando a su paciente, nombrando su esencia.
Según Eduardo Said, (2004) “Definir desde la perspectiva del "ser", implica el forzamiento de la cuestión clínica y el encasillamiento inmediato del paciente en una categoría universal que lo recubriría. Suele no ser sino el "encuentro" mutilante con lo que desde el universal categorial se buscaba. Es "ser" que así se sustancializa es ser de verdad, si se quiere de verdad última.”
A la vez, un diagnóstico lleva a prever un curso y pronóstico de tal o cual situación, lo que podemos llamar operar en un campo anticipatorio que más que aprehender una realidad la crea.
Cuando nos preguntamos por el ser del paciente, y diagnosticamos atribuyendo “ser”, estamos incluyendo el caso en una categoría universal, lo que opera cristalizando imaginariamente y congelando al paciente en una realidad fabricada por el acto diagnóstico, que sólo el “arte” del terapeuta podrá modificar.
A la vez, como vimos, el diagnóstico atañe también a la génesis, lo que se establece en un orden causal lineal, que siempre remite a un pasado donde se ubica la causa.
Al articular en forma lineal y cronológica causa y efecto, el arte del diagnóstico médico busca reconocer las leyes que enlazan a ambos y así, poder actuar en la predicción. Esto es lo que se llama pronóstico, que olvida que es aproximado, que opera con márgenes muy amplios de error y muchas veces, se hace en forma determinista a ultranza, anunciando un futuro posible de anticipar.
3- El Juicio clínico:
Para el psicoanálisis lo que se pone en juego bajo el supuesto del pensamiento inconsciente, es el sujeto en su barramiento. Un sujeto que resulta efecto del saber hablado, dirigido a otro en transferencia.
Esto es producto de operaciones de redefinición de las categorías de sujeto y objeto. Ya no se trata de un Yo que conoce y para hacerlo se confronta al objeto del mundo en concreto.
El sujeto del que hablamos en psicoanálisis es un sujeto del inconsciente que va al reencuentro del objeto perdido. Objeto que en tanto es perdido, causa el deseo.
Lacan resitúa la pregunta por el ser, y la aborda desde el singular y no desde el universal. Al resituar la pregunta, Lacan plantea operaciones que darán cuenta no de la esencia, sino del modo singular en que cada uno se ha constituido.
Como Freud, interroga desde los efectos y reconstruye lógica o míticamente las condiciones de causalidad, volviendo desde ésta reconstrucción al efecto, al observable.
Si nos planteamos como referencia el recorrido de Lacan, es porque define el modo en que se ordena la escucha y la lectura en análisis, desde una lógica subvertida y una posición ética opuesta a la anticipación pronóstica.
Como verán, el punto de partida y la referencia en el psicoanálisis es una lógica y una ética y no la pura empiria. Lógica y ética que no cierran las interrogaciones, sino que al contrario, las abren y que consideran el impasse respecto a la imposibilidad de abarcar todo lo real.
La discusión clínica de casos en psicoanálisis no puede realizarse según la lógica aristotélica: principio de no contradicción y tercero excluído. Se hace necesario otra lógica, que admita el sostén paradojal de términos contradictorios que no se excluyen. Por ejemplo: En Freud el displacer puede ser placer de otro orden, la negación suponer un sí, cada instancia psíquica de la llamada 2º tópica implicar la paradoja.
No todo es posible en el psicoanálisis, ya que también ésta lógica evoca un límite, límite que nos exige la formalización en la transmisión. Pero también es preciso para la propia teoría psicoanalítica estar sujeta a una cierta indeterminación final; se trata de poner en teoría algo descifrable pero que al mismo tiempo vaya precisando que la formalización no va a terminar de resolver.
4-Posición del analista y saber-hacer:
Freud aconsejaba al analista suspender todo saber previo ante cada analizante. Lacan también planteaba la misma indicación. Esto es porque no se puede al mismo tiempo teorizar y escuchar.
Si ante el analizante teorizamos, la escucha es obstaculizada. Pensemos que la atención flotante implica no atender jerárquicamente y estar dispuesto a la sorpresa.
Si el inconsciente es tropiezo, vacilación, falla, ruptura en el discurso, se trata de no buscarlo, sino dejarse encontrar por él.
Esto cambia fundamentalmente el criterio respecto a lo manifiesto y lo latente. El inconsciente, a partir de Lacan, no se encentra en ninguna profundidad en la que habría que bucear, ni en ningún pasado al que habría que retornar.
El inconsciente es eso que se actualiza en el hablar a otro en transferencia, decía antes. Por ello, es en la superficie del discurso donde emerge. Es en el movimiento discursivo que el sujeto del inconsciente se efectúa.
Lacan propone escuchar a la letra. Al pie de la letra. Más que escuchar, nos propone una escucha que puede leer lo que se escribe en el discurso.
El analista posee una sóla experiencia previa: la del propio análisis. Es en esa experiencia que se forma un saber que a pesar de ser no sabido es operatorio.
Por lo tanto, el saber hacer del analista se conforma con ese punto de real al que arriba en su experiencia analizante y el orden de transmisión de la teoría. Conformación que no es armónica, articulación que siempre falla, ya que lo que se alcanza en un análisis es justamente el límite del saber, la falla que hace inconsistente e incompleto al Otro, la barra que cae sobre el Otro y el significante que inscribe esa hiancia. Pero también, constatación de que el encadenamiento discursivo jamás agota la experiencia.
Entonces, es en la dirección de la cura donde la teorización suspendida déjale lugar a la atención flotante y a la operatoria del analista. Y es en la transmisión de su práctica donde el analista puede reformularse las preguntas que su acto le formula. Exigencia allí de formalización conceptual, que incluye la cuestión del diagnóstico, del juicio clínico sobre las estructuras diferenciales.
Por lo tanto, en la dirección de la cura, el juicio clínico no es un modelo anticipatorio, sino que se forma en transferencia.
El consejo de Freud y la sugerencia de Lacan se oponen al efecto cristalizante de un prediagnóstico, se opone a cambiar el diván del psicoanálisis por el lecho de Procusto.
En la sesión analítica se actualiza la paradoja que la teoría contiene.
Entonces: podemos decir que es en el ejercicio clínico, y aquí recuerdo que para Lacan, la clínica tiene una base: lo que se dice en un psicoanálisis, que podemos formalizar la cuestión del diagnóstico diferencial sin quedarnos en la singularidad del caso.
Ahora bien, lo decisivo en el análisis es esa misma singularidad y no la teoría que de él podamos elaborar.
La formalización que siempre es a posteriori, es irremediablemente ficcional. Fabricamos, ficcionamos el caso, porque lo real de nuestra práctica irreductiblemente se pierde.
Pero además, si el analista ocupa el lugar de objeto a en la transferencia, lo que queda como resto de esa práctica será para él el juicio clínico que surge del movimiento mismo del discurso en el análisis. Juicio clínico que será instrumento de la dirección de la cura.
Acordamos con Eduardo Said (2004) cuando plantea: “Así el "saber-hacer", la pura operación del acto del analista, se anticipa y rearticula en conjetura clínica en transferencia. Es en esta dimensión ética en que la singularidad no es definida, apresada, por la categoría clasificatoria universal. No será así el universal el que defina "lo real de la existencia". Será desde la escucha de la repetición y el acto analítico, que se podrán leer los parámetros que definen la posición o el cambio de posición del sujeto singular en la estructura del discurso, partiendo de que el caso no se subsume en una racionalidad lógica, es desconcertante, es combinatorio, singularísimo, irrepetible y que se juega en transferencia en cada situación analítica. Diferenciándose de los criterios diagnósticos de la medicina psiquiátrica que con las clasificaciones generales sitúa, encuadra el caso singular; el juicio clínico o la conjetura, en el movimiento del acto a la resignificación de sus eficacias, intentará precisar los parámetros en que la escucha y lectura de la repetición del discurso indiquen la represión, la renegación, la forclusión, como operaciones simbólicas dominantes en relación al Nombre del Padre, que definen, la estructuración neurótica, perversa o psicótica.”
Marité Colovini
1- El alma, el yo y la conciencia.
La psicopatología de los antiguos se resume por entero en la expresión «la enfermedad del alma» -por más que hoy en día suene anticuada- pues es el término empleado a lo largo de toda la tradición médico-filosófica.
En la historia de la medicina, a medida que el cuerpo se constituye, el alma también se complica y se estructura; se le busca un lugar en el cuerpo; se le confieren poderes y funciones: se le atribuyen incluso partes o facultades; se pretende dar cuenta de cómo puede servirse de su cuerpo y comportarse en él.
En todo caso, la enfermedad del alma depende, entonces, de una toma de consciencia doble: por un lado, médica, puesto que se trata de enfermedad, y filosófica por el otro, porque es asunto del alma. Esta ambigüedad, o mejor aún, duplicidad, se debe a que el cuerpo es el lugar donde el alma se experimenta a sí misma. Y no se experimenta a sí misma sin dolor y sufrimiento. El hombre, para retomar una fórmula que es de Séneca tanto como de Heidegger, es un ser para la muerte. Lucrecio también sabe que el fundamento de la enfermedad del alma es el miedo de morir.
La salud del alma, la salud mental, sería estrictamente equivalente a la sabiduría. Pero como todo el mundo no es sabio, al filósofo le incumbe cumplir su misión terapéutica –tarea inmensa, por decir lo menos-. Jackie Pigeaud, en su docto libro La maladie de I'ame,atribuye una importancia crucial al tratado hipocrático La Medicina Antigua. Lo más interesante es que este texto propone una teoría del conocimiento médico fundado en el diálogo.
Es indudable que la episteme de los griegos, por más que nos haya marcado indeleblemente, ya no rige nuestra constelación conceptual y mental.
La revolución científica, inaugurada en el siglo XVII por Galileo y proseguida ineluctablemente desde entonces, introdujo una profunda ruptura y asestó un golpe definitivo a la concepción antigua de un orden cósmico finito y jerárquico que «ascendía desde la tierra oscura, pesada e imperfecta hasta la perfección cada vez mayor de las estrellas y las esferas celestes».
Pero lo que es crucial resaltar es que esta concepción cósmica resultaba absolutamente esencial para la definición del alma, de su salud - o de su enfermedad.
En cambio, lo que la revolución científica hizo por primera vez perceptible, desgajándolo de sus saturaciones es el concepto de «sujeto», en ruptura radical con la noción antigua del alma.
En nuestra perspectiva, la obra de Descartes puede considerarse como el establecimiento de las condiciones de posibilidad del saber científico, como lo que el surgimiento de la ciencia exige del pensamiento. Así, Descartes en el cogito tuvo que inventar lo que la ciencia requería: su sujeto.
Considerado como el primer filósofo moderno, introduce una disyunción inaudita entre la verdad y el saber: las verdades eternas son divinas, no competen a la humanidad: en cambio, el saber es responsabilidad del hombre, porque es empírico, porque es de este mundo.
Surge así el sujeto que conviene a la actividad científica: el sujeto cognoscente, alguien que existe en tanto piensa, o sea: un sujeto que funda su existencia en la medida en que piensa.
Descartes se preguntaba qué era él, quien sabía que pensaba. No podía definirse como un ser corporal, porque había puesto en duda todo dato de los sentidos. Sí estaba seguro de que pensaba. Por ello se definía a sí mismo como una "cosa que piensa" o una "substancia pensante". Así, para que exista conocimiento, se precisará de un sujeto que piense (que dude, que desee, que recuerde,..).
Según Descartes, entonces:
-El pensamiento se da sólo en un sujeto consciente de su actividad mental.
-El conocimiento de la realidad, es siempre un conocimiento consciente.
A partir del pensamiento de Descartes, se plantea la necesidad de una reflexión lógica y psicológica sobre el pensamiento y el objeto. Por lo tanto, se requiere comenzar con una teoría del conocimiento, sus orígenes, límites y posibilidades.
Vemos entonces que el Idealismo conduce a la filosofía necesariamente a tratar una teoría del conocimiento, el instrumento mental imprescindible para entender la realidad.
Una teoría del conocimiento necesita analizarlo como fenómeno, es decir aislarlo de los cambios históricos y existenciales, sin importarnos si existe o no existe si es posible o no; o sea, poniéndolo entre paréntesis.
Vemos en primer lugar al sujeto que piensa, al sujeto que conoce y al objeto conocido, porque todo conocimiento surge de la dualidad o relación sujeto- objeto.
Este sujeto, este yo que piensa y conoce, este yo conciente inaugurado por Descartes en el siglo XVII, es el que perdura como categoría en la que se fundan la Psiquiatría y la Psicología. El discurso de la Psiquiatría, así como el de la Psicología, en tanto discursos de la ciencia, se basan en el conocimiento del yo, vale decir, del sujeto de la conciencia.
Hay una cuestión que es central a la Filosofía y a la Psicología, que es el concepto de unidad; es decir lo relativo a la unidad mente-cuerpo. Pero para que lo haya, para que exista una unidad mente-cuerpo, primero tuvo que ser postulado, como vimos, que a un cuerpo le correspondía un alma. Entonces, esta unidad que se establece entre el alma y el cuerpo da como resultado el individuo.
Sin lugar a dudas, es el sostenimiento de esta unidad, lo que lleva a considerar “las enfermedades del alma” del mismo modo que las del cuerpo. Nacimiento de la Psiquiatría, como campo que se deriva de la Medicina y como vimos en la clase anterior, de la Psicopatología, en el movimiento en que se establece el psiquismo como un aparato que pertenece al organismo.
Pero si el sujeto del que se trata es el sujeto de la conciencia, tenemos que, solamente es el yo conciente quien puede percibir su sufrimiento y relatarlo al pedir ayuda.
2- El estallido del cogito. Postular la existencia del inconsciente.
Lo que Freud establece con la operación de postular la existencia del inconsciente, modifica toda la propuesta teórica del racionalismo tradicional.
Freud subvierte las posiciones respecto al yo congnoscente y pensante, al instalar también el pensamiento en otra localidad psíquica: el inconsciente.
La cientificidad médica y psicológica , inducida por el positivismo, no puede dar cuenta de las operaciones eficaces del inconsciente ni de su lógica paradojal. Tampoco incluye su soporte de lo contradictorio, la significación de lo negativo, de lo ausente, de lo que no cesa de no escribirse.
El cuerpo implicado, el "cuerpo" entretejido de palabras que llega al consultorio, no es equivalente al cuerpo orgánico que recibe la medicina. Tampoco lo son los avatares de la relación que allí se produce y sus efectos. Tampoco se trata de un individuo que sufre y puede conocerse íntegramente, como lo recibe la psicología.
Para el Psicoanálisis, el sujeto no está en la conciencia (ya que éste es un lugar falso), sino en el inconsciente; es por lo tanto un sujeto escindido de la conciencia y del inconsciente.
Es un sujeto que se conoce por sus efectos, el Psicoanálisis interroga por tanto en relación a éstos efectos.
Sabemos que el psicoanálisis establece su objeto de conocimiento, es decir, define los límites que le son propios como ciencia en La interpretación de los sueños, texto publicado por Freud en 1900. En este trabajo, Freud funda el psicoanálisis sobre el concepto de inconsciente como objeto de conocimiento que le es propio: es decir, como concepto que habrá de articular toda la producción teórica de esa ciencia.
Esta revolución que el psicoanálisis establece en todos los órdenes: tanto el social como el cultural, es llamada por Freud “herida narcisística” en lo que el hombre entiende como lo más propio, como aquello que lo define y le da identidad: la conciencia, su ser conciente.
Lo que el psicoanálisis nos viene a decir es que “no somos los amos de nuestra propia casa”, que somos unos desconocidos para nosotros mismos y que aquello que considerábamos como el centro de nuestro ser no es más que un órgano de percepción, tan sensible y equívoco como cualquier otro. Esto es lo que se denomina como la subversión del sujeto cartesiano, que lleva a cabo el psicoanálisis. Frente a la formulación cartesiana “pienso luego existo”, el psicoanálisis dice “pienso donde no soy, soy donde no pienso”.
Ahora bien, si la conciencia, si el pensamiento consciente ya no es más el centro de la vida psíquica del hombre ¿qué puede haber venido a ocupar su lugar? El centro de la vida psíquica del sujeto, con el advenimiento del psicoanálisis, se ha desplazado de la conciencia hacia el inconsciente, siendo ahora este último sistema el que determina la totalidad de la vida mental y anímica del hombre, incluyendo la propia conciencia desplazada a la periferia de los sentidos. El concepto de inconsciente ha venido, de alguna manera, a llenar un vacío en nuestro conocimiento de lo humano, pues sin la inserción del inconsciente, dice Freud, la mayor parte de la actividad psíquica humana resulta incomprensible y oscura, dando lugar a discusiones bizantinas tales como el problema mente-cuerpo que ha ocupado la reflexión filosófica del último siglo. Sin embargo, decirlo así sería tanto como limitar y hasta desestimar el alcance de la producción del inconsciente. No es que con el inconsciente ahora sabemos, en el mismo orden de pensamientos, lo que antes ignorábamos y que, como un ladrillo sobre otro, el psicoanálisis se ha venido a sumar a un conocimiento que crece y evoluciona, madurando su riqueza en la historia de las humanidades.
El psicoanálisis no pertenece a las ciencias humanas, es decir, no viene a sumarse a nuestro cúmulo de conocimientos acerca del hombre, sino que en su producción hay una nueva concepción del hombre, una nueva forma de producir al sujeto humano: se trata de un sujeto de la ciencia no una ciencia del sujeto. Esto se debe, entre otras cosas, y como se verá, a que el sujeto del que se ocupa el psicoanálisis es un sujeto a producir, es decir, no es un sujeto que exista previamente.
Ahora bien, para que se pueda producir un concepto tal como el concepto de inconsciente, es necesario que se opere en la historia del pensamiento una ruptura con los modos anteriores, más o menos ideológicos, del pensar.
Es evidente que antes, y también después, de Freud se ha hecho un amplio uso de la palabra “inconsciente”. En los distintos órdenes del saber y de la ciencia, la filosofía, la psicología, la neurología, etc., es posible encontrar alguna definición de lo que sería lo inconsciente dentro de un determinado discurso. Algunos, como ya lo hiciera Santo Tomás, lo entienden como algo contrario a la conciencia, como una suerte de conciencia negativa. Otros piensan lo inconsciente como las funciones que no requieren de la conciencia para llevarse a cabo, tales como las diversas actividades fisiológicas, los movimientos mecánicos o, simplemente, lo que se realiza sin pensar. Quizás la manera más extendida de pensar lo inconsciente, en la actualidad, sea pensarlo como una suerte de segunda conciencia, que subyace a la primera, esto es, como subconsciente. El mismo Freud se ocupó de esclarecer esta confusión, a la que son propensos aquellos que están sujetos a las categorías de la psicología.
Cuando decimos que el centro de la vida psíquica se desplaza de la conciencia al inconsciente no queremos decir con ello que el lugar que ocupa el inconsciente es un lugar situado espacio-temporalmente en algún lugar dentro del hombre, debajo o en un plano opuesto al de la conciencia. Veremos como lo psíquico constituye para el psicoanálisis un nuevo nivel de objetividad que tiene lugar en y a través del lenguaje.
Sin embargo, es a partir de La interpretación de los sueños que el término “inconsciente” alcanza su plena dimensión como concepto, es decir, en tanto que se haya articulando la teoría y produciendo el discurso del psicoanálisis. El problema no es que aquellas aproximaciones de la filosofía o de la psicología sean o no válidas, en su particular manera de enunciar su percepción del asunto. La cuestión es que se trata de temas diferentes. El inconsciente del que se ocupa el psicoanálisis es un concepto sometido a otra lógica, a otro tiempo, a otra dimensión del pensamiento. Las antiguas categorías empíricas de comprensión y descubrimiento no nos servirán para aprehenderlo, en tanto que sus modos de producirse no son del orden de lo fenomenológico. Y esto, valga la insistencia, por el modo que tiene el inconsciente de subvertirlo todo, de transformar todo aquello que toca.
El psicoanálisis no reclama para sí el estudio del inconsciente, ni desautoriza otras formas de pensamiento acerca del tema. Lo que afirma el psicoanálisis es que el ámbito de conocimiento que le es propio no coincide con el de otras ciencias. Y eso se ve por el propio tratamiento que hace Freud de la cuestión. Lo que se establece con el concepto de inconsciente en el texto de Freud, es aquello de lo que propiamente se ocupa el psicoanálisis. Y eso de lo que se ocupa el psicoanálisis es de lo reprimido, del inconsciente reprimido: el deseo sexual, infantil y reprimido. Esta, aparentemente escandalosa trilogía, tiene el carácter de una fórmula, la primera formulación de lo que es el inconsciente en psicoanálisis.
Del Diagnóstico al Juicio Clínico (II)
En la clase anterior hemos precisado la subversión que el psicoanálisis introduce en la cultura al postular un sujeto del inconsciente, lo que nos permite situar una de las diferencias más importantes respecto al discurso médico /psicológico y el discurso del psicoanálisis.
Hoy continuaremos con el recorrido que va del Diagnóstico al Juicio Clínico.
Para ello, se hace menester desplegar algunos conceptos y categorías.
1- Lo universal, lo particular y lo singular:
El mundo único solo existe en forma de un conjunto de distintos fenómenos, objetos, acontecimientos, que poseen sus propias características individuales e irrepetibles. La existencia de objetos y fenómenos delimitados entre sí en el espacio y el tiempo, que poseen una determinación cuantitativa y cualitativa individual, es definida por la categoría de lo singular. Esta categoría expresa lo que distingue a un objeto de otro, lo que es propio únicamente al objeto dado.
Pero cualquier objeto no es más que un momento de un sistema integral. La comunidad de propiedades y relaciones de los fenómenos se expresa en la categoría de lo universal. Esta categoría refleja la semejanza de propiedades, la conexión del objeto con el sistema del mundo, la similitud de los nexos esenciales entre los objetos.
De manera que cada fenómeno, además de los rasgos singulares que lo diferencian, posee rasgos comunes, generales, que lo asemejan a otros fenómenos. Si los rasgos singulares distinguen a un fenómeno dado de los demás, lo universal los aproxima, los vincula entre sí. Las categorías de lo singular y lo universal expresan la unidad dialéctica entre lo común (lo universal) y lo diverso (lo singular ) en el objeto.
Entre lo singular y lo universal existe, como si fuera un eslabón que los une, que los vincula, la categoría de lo particular. Lo particular es más amplio que lo singular y menos amplio que lo universal.
Es necesario retomar estas ideas en su aplicación a la práctica médica, comenzando por las categorías enfermedad y enfermo. La enfermedad es lo universal, un enfermo concreto con esa enfermedad es lo singular y los grupos de enfermos que conforman tipos, pueden situarse en lo particular. Vemos también que hay superposición pero no equivalencia entre el singular y el particular. Siempre habrá un resto que hace a lo singular. Si la práctica médica precisa de la universalización y la particularización, no debe olvidar este resto, ya que es aquello que conforma la singularidad de su propio acto.
Una enfermedad cualquiera es una abstracción, una síntesis, un concepto, una categoría, a la que se llegó en un determinado momento de la acumulación histórica de conocimientos acerca de ella y que proviene de la observación y el estudio de un número mayor o menor de enfermos en los cuales se repiten, una y otra vez, rasgos y fenómenos similares.
Pero la enfermedad es también un fenómeno objetivo, que existe en la naturaleza, independiente del pensamiento, existe en la naturaleza pero se expresa a través de enfermos singulares, individuales. No se puede ver si no es en un enfermo: lo universal solo existe en lo singular. De igual forma, un paciente con una determinada enfermedad jamás tendrá todos los síntomas descritos en ella, puesto que en todo fenómeno singular (el enfermo) siempre hay algunos rasgos, pero no todos, de la categoría universal (la enfermedad).
De lo anterior se interpreta que de los enfermos con una enfermedad, ninguno será exactamente igual a los demás. Es la misma enfermedad, pero varía de uno a otro, porque no hay una sola enfermedad que curse exactamente igual en dos personas, ni hay dos personas iguales. Las cosas y los acontecimientos son absolutamente irrepetibles.
Los conceptos de enfermedad, en las diferentes sociedades de nuestra cultura, fueron moldeados también por la existencia de diferentes enfermedades. Las culturas egipcias ya tenían los primeros medios de un diagnóstico que podían considerarse como los cimientos de una medicina de diagnóstico, y que se desarrolló cada vez más a través de los siglos. Durante la Edad Media y el Renacimiento, prevalecieron muchas enfermedades infecciosas que costaron muchas vidas. Los autores árabes y romanos de su tiempo trabajaron sobre el viejo concepto de las infecciones y las enfermedades infecciosas, pero no existía un concepto claro y abarcador como tal. Las razones de las infecciones eran muchas: podían ser desarrolladas dentro del cuerpo, como resultado del desarrollo de la enfermedad o por otras influencias tales como las estrellas. Por eso es que, por ejemplo, el nombre de la infección del virus sea influenza, influido por las estrellas. Las grandes epidemias tuvieron lugar en la plaga de 527-565 (del Imperio Justiniano), la epidemia de cólera (mediados del siglo XVIII), en Londres (1665) y también en Marsella (1720) como las últimas grandes epidemias en Europa. La más terrible de todas las epidemias fue la de la lepra durante la Edad Media. Ya en 1495, la sífilis desarrolló un carácter epidémico.
El crecimiento del conocimiento médico indujo a una definición más clara de las enfermedades epidémicas: su carácter infeccioso era siempre el mismo de persona a persona. Este enfoque antológico, de ver la enfermedad como real, y darle una existencia independiente, estaba basado principalmente en las ideas de Paracelso (1678-1541). La enfermedad era definida por esta escuela, como parásitos causados por factores externos, e independientes de las circunstancias personales del individuo.
El inglés William Harvey (1578-1657) asumió una vida individual de tumores y planteó que las enfermedades que eran causadas por infecciones o envenenamiento poseían su propia vitalidad, en el lenguaje actual: su propia energía.
Thomas Sydenham (1624-1689) fue uno de los fundadores de la Nosología, la ciencia de clasificarlas enfermedades. Sydenham creía que la causa de las epidemias eran cambios ocultos e inexplicables en el centro de la tierra, que liberaban vapor, el cual cambiaba la calidad del aire y hacía a los humanos más susceptibles a las epidemias. Otro importante papel de la existencia de las epidemias eran factores ocultos, inexplicables y causantes de ansiedad.
Linne (1701-78), Boissier de Sauvages (1706-67), Cullen (1710-90), Pinell (1745-1826) y Schoenlein (1793-1864) crearon sistemas nosológicos, en los cuales las enfermedades eran clasificadas en grupos, especies y géneros sobre la base de sus síntomas clínicos. Este sistema de clasificación es aún la base de nuestra comprensión moderna de la enfermedad.
La salud como la enfermedad son dos conceptos que están siendo continuamente reconstruidos a partir de negociaciones y reconfiguraciones socioculturales, siendo la construcción de un discurso que informe a la práctica clínica un lugar crucial en la determinación valórica del estatuto médico. Hay que reflexionar pues sobre los orígenes y modo de constitución del discurso médico, la forma en que su hablar dibuja la realidad, la reifica, y le otorga un basamento epistemológico a partir del cual realizar preguntas tan cruciales, de compromisos valóricos tan sustantivos, como si lo que hay son enfermos o enfermedades, es decir, cuál es el estatuto ontológico de la enfermedad o de su contraparte, la salud, qué tipo de realidad son.
2- El diagnóstico:
Etimológicamente se compone de la raíz griega dia: que significa a través de y gignoskein (conocer).
Según el diccionario, el término significa: Perteneciente o relativo a la diagnosis, expresión que se formó a partir del verbo diagignoskein (distinguir, discernir, discriminar).
Otras acepciones son:
Razonamiento dirigido a la determinación de la naturaleza y origen de un fenómeno.
Razonamiento dirigido a la determinación de la naturaleza y causas de un fenómeno.
Proceso que se realiza en un objeto determinado, generalmente para solucionar un PROBLEMA. En el proceso de diagnóstico dicho problema experimenta cambios cuantitativos y cualitativos, los que tienden a la solución del problema. Consta de varias etapas, dialécticamente relacionadas, que son: - Evaluación - Procesamiento mental de la información - Intervención - Seguimiento.
En Medicina: Identificación de la enfermedad, afección o lesión que sufre un paciente, de su localización y su naturaleza, llegando a la identificación por los diversos síntomas y signos presentes en el enfermo, siguiendo un razonamiento analógico.
Proceso de asignación de determinados atributos clínicos, o de pacientes que manifiestan dichos atributos, a una categoría del sistema de clasificación.
Definir un proceso patológico diferenciándolo de otros.
Calificación que da el médico a la enfermedad según los signos que advierte.
El término dice entonces que hay un fenómeno que acontece y un agente, que lo nombra, lo distingue, lo ubica en un sistema clasificatorio. Fija los parámetros en el orden en que los formula el saber médico, o sea por evidencias, por lo que es síntoma para la medicina, por lo manifiesto. Define desde allí un curso previsible de evolución del fenómeno, aún cuando prevea alterativas.
Tratándose de la salud mental es mucho más evidente que a través del diagnóstico se anuncia lo que el paciente “es”. Así, cuando alguien se pregunta si su paciente “es” maníaco-depresivo, fóbico o melancólico, o cuando alguien le dice a su paciente que en definitiva él “es” un esquizofrénico, un obsesivo o un panicoso, en definitiva está entificando a su paciente, nombrando su esencia.
Según Eduardo Said, (2004) “Definir desde la perspectiva del "ser", implica el forzamiento de la cuestión clínica y el encasillamiento inmediato del paciente en una categoría universal que lo recubriría. Suele no ser sino el "encuentro" mutilante con lo que desde el universal categorial se buscaba. Es "ser" que así se sustancializa es ser de verdad, si se quiere de verdad última.”
A la vez, un diagnóstico lleva a prever un curso y pronóstico de tal o cual situación, lo que podemos llamar operar en un campo anticipatorio que más que aprehender una realidad la crea.
Cuando nos preguntamos por el ser del paciente, y diagnosticamos atribuyendo “ser”, estamos incluyendo el caso en una categoría universal, lo que opera cristalizando imaginariamente y congelando al paciente en una realidad fabricada por el acto diagnóstico, que sólo el “arte” del terapeuta podrá modificar.
A la vez, como vimos, el diagnóstico atañe también a la génesis, lo que se establece en un orden causal lineal, que siempre remite a un pasado donde se ubica la causa.
Al articular en forma lineal y cronológica causa y efecto, el arte del diagnóstico médico busca reconocer las leyes que enlazan a ambos y así, poder actuar en la predicción. Esto es lo que se llama pronóstico, que olvida que es aproximado, que opera con márgenes muy amplios de error y muchas veces, se hace en forma determinista a ultranza, anunciando un futuro posible de anticipar.
3- El Juicio clínico:
Para el psicoanálisis lo que se pone en juego bajo el supuesto del pensamiento inconsciente, es el sujeto en su barramiento. Un sujeto que resulta efecto del saber hablado, dirigido a otro en transferencia.
Esto es producto de operaciones de redefinición de las categorías de sujeto y objeto. Ya no se trata de un Yo que conoce y para hacerlo se confronta al objeto del mundo en concreto.
El sujeto del que hablamos en psicoanálisis es un sujeto del inconsciente que va al reencuentro del objeto perdido. Objeto que en tanto es perdido, causa el deseo.
Lacan resitúa la pregunta por el ser, y la aborda desde el singular y no desde el universal. Al resituar la pregunta, Lacan plantea operaciones que darán cuenta no de la esencia, sino del modo singular en que cada uno se ha constituido.
Como Freud, interroga desde los efectos y reconstruye lógica o míticamente las condiciones de causalidad, volviendo desde ésta reconstrucción al efecto, al observable.
Si nos planteamos como referencia el recorrido de Lacan, es porque define el modo en que se ordena la escucha y la lectura en análisis, desde una lógica subvertida y una posición ética opuesta a la anticipación pronóstica.
Como verán, el punto de partida y la referencia en el psicoanálisis es una lógica y una ética y no la pura empiria. Lógica y ética que no cierran las interrogaciones, sino que al contrario, las abren y que consideran el impasse respecto a la imposibilidad de abarcar todo lo real.
La discusión clínica de casos en psicoanálisis no puede realizarse según la lógica aristotélica: principio de no contradicción y tercero excluído. Se hace necesario otra lógica, que admita el sostén paradojal de términos contradictorios que no se excluyen. Por ejemplo: En Freud el displacer puede ser placer de otro orden, la negación suponer un sí, cada instancia psíquica de la llamada 2º tópica implicar la paradoja.
No todo es posible en el psicoanálisis, ya que también ésta lógica evoca un límite, límite que nos exige la formalización en la transmisión. Pero también es preciso para la propia teoría psicoanalítica estar sujeta a una cierta indeterminación final; se trata de poner en teoría algo descifrable pero que al mismo tiempo vaya precisando que la formalización no va a terminar de resolver.
4-Posición del analista y saber-hacer:
Freud aconsejaba al analista suspender todo saber previo ante cada analizante. Lacan también planteaba la misma indicación. Esto es porque no se puede al mismo tiempo teorizar y escuchar.
Si ante el analizante teorizamos, la escucha es obstaculizada. Pensemos que la atención flotante implica no atender jerárquicamente y estar dispuesto a la sorpresa.
Si el inconsciente es tropiezo, vacilación, falla, ruptura en el discurso, se trata de no buscarlo, sino dejarse encontrar por él.
Esto cambia fundamentalmente el criterio respecto a lo manifiesto y lo latente. El inconsciente, a partir de Lacan, no se encentra en ninguna profundidad en la que habría que bucear, ni en ningún pasado al que habría que retornar.
El inconsciente es eso que se actualiza en el hablar a otro en transferencia, decía antes. Por ello, es en la superficie del discurso donde emerge. Es en el movimiento discursivo que el sujeto del inconsciente se efectúa.
Lacan propone escuchar a la letra. Al pie de la letra. Más que escuchar, nos propone una escucha que puede leer lo que se escribe en el discurso.
El analista posee una sóla experiencia previa: la del propio análisis. Es en esa experiencia que se forma un saber que a pesar de ser no sabido es operatorio.
Por lo tanto, el saber hacer del analista se conforma con ese punto de real al que arriba en su experiencia analizante y el orden de transmisión de la teoría. Conformación que no es armónica, articulación que siempre falla, ya que lo que se alcanza en un análisis es justamente el límite del saber, la falla que hace inconsistente e incompleto al Otro, la barra que cae sobre el Otro y el significante que inscribe esa hiancia. Pero también, constatación de que el encadenamiento discursivo jamás agota la experiencia.
Entonces, es en la dirección de la cura donde la teorización suspendida déjale lugar a la atención flotante y a la operatoria del analista. Y es en la transmisión de su práctica donde el analista puede reformularse las preguntas que su acto le formula. Exigencia allí de formalización conceptual, que incluye la cuestión del diagnóstico, del juicio clínico sobre las estructuras diferenciales.
Por lo tanto, en la dirección de la cura, el juicio clínico no es un modelo anticipatorio, sino que se forma en transferencia.
El consejo de Freud y la sugerencia de Lacan se oponen al efecto cristalizante de un prediagnóstico, se opone a cambiar el diván del psicoanálisis por el lecho de Procusto.
En la sesión analítica se actualiza la paradoja que la teoría contiene.
Entonces: podemos decir que es en el ejercicio clínico, y aquí recuerdo que para Lacan, la clínica tiene una base: lo que se dice en un psicoanálisis, que podemos formalizar la cuestión del diagnóstico diferencial sin quedarnos en la singularidad del caso.
Ahora bien, lo decisivo en el análisis es esa misma singularidad y no la teoría que de él podamos elaborar.
La formalización que siempre es a posteriori, es irremediablemente ficcional. Fabricamos, ficcionamos el caso, porque lo real de nuestra práctica irreductiblemente se pierde.
Pero además, si el analista ocupa el lugar de objeto a en la transferencia, lo que queda como resto de esa práctica será para él el juicio clínico que surge del movimiento mismo del discurso en el análisis. Juicio clínico que será instrumento de la dirección de la cura.
Acordamos con Eduardo Said (2004) cuando plantea: “Así el "saber-hacer", la pura operación del acto del analista, se anticipa y rearticula en conjetura clínica en transferencia. Es en esta dimensión ética en que la singularidad no es definida, apresada, por la categoría clasificatoria universal. No será así el universal el que defina "lo real de la existencia". Será desde la escucha de la repetición y el acto analítico, que se podrán leer los parámetros que definen la posición o el cambio de posición del sujeto singular en la estructura del discurso, partiendo de que el caso no se subsume en una racionalidad lógica, es desconcertante, es combinatorio, singularísimo, irrepetible y que se juega en transferencia en cada situación analítica. Diferenciándose de los criterios diagnósticos de la medicina psiquiátrica que con las clasificaciones generales sitúa, encuadra el caso singular; el juicio clínico o la conjetura, en el movimiento del acto a la resignificación de sus eficacias, intentará precisar los parámetros en que la escucha y lectura de la repetición del discurso indiquen la represión, la renegación, la forclusión, como operaciones simbólicas dominantes en relación al Nombre del Padre, que definen, la estructuración neurótica, perversa o psicótica.”
lunes, 8 de marzo de 2010
Bibliografía para la segunda reunión: Del diagnóstico al juicio clínico.
De la dignidad del sujeto y cómo sostenerla en tiempos de indignidad. (1)
Marité Colovini
1- El muro
Hay un muro que tomó mayor consistencia a partir de cierta operación del nazismo. Y ese muro aún no ha caído. Es más, es un muro que conmemora la victoria hitleriana a pesar de “la caída” de Hitler.
Este muro continúa edificándose cada vez con mayor precisión, y sus consecuencias merecen la reflexión de quienes, como los psicoanalistas, sólo usamos la palabra para nuestra práctica.
La función “muro” del lenguaje, esa función objetivadora que se añade a la maquinaria de la ciencia dando por resultado que ya casi nadie hable porque se les ha cerrado el pico, como a los planetas desde Newton, es el muro que no sólo no ha caído sino que se agiganta cada vez más.
En el seminario II, Lacan sitúa dos funciones del lenguaje: una objetivadora y la otra subjetivante.(2) Allí acuña la expresión “el muro del lenguaje”. Y responde a la pregunta de por qué no hablan los planetas, señalando las consecuencias de la operación de la ciencia al convertirlos en objetos de conocimiento.
Hace muchos años, utilicé la cita de Lacan para explicar por qué en los manicomios se hablaba tan poco: a los locos la psiquiatría también les había cerrado el pico. No imaginaba por aquella época que asistiría a la mudez generalizada, consecuencia del empleo a escala planetaria del manual llamado DSM IV.
“Ataques de pánico”, “síndrome de fatiga crónica”, “estrés” y etc…que convierten a los humanos en panicosos, fatigados, estresados….Seres humanos objetalizados que caminan, trabajan y viven, pero ya casi no hablan y por consiguiente quedan excluidos de realizar una demanda de análisis. Para cada uno hay una “pastilla salvadora”, ya que aquello de lo que padecen puede explicarse por “disfunciones neuroquímicas” y siguiendo una simple teoría del equilibrio se cura con equivalentes químicos, resultado de algunos cálculos.
¿Pueden persistir las inhibiciones, los síntomas y las angustias cuando el discurso dominante, nos empuja a confiar en una nueva creencia que se instala ignorando ella misma lo que constituye?
“La ciencia sabe muchas cosas, pero ignora su propio papel religioso que da lugar a una fe”, dice Gerard Pommier en Los cuerpos angélicos de la posmodernidad. (3)
2- ¿Ruptura del lazo social?
La fuerza del lazo social reside en compartir las mismas creencias, continúa diciendo Pommier. Para situar que, en estos tiempos posmodernos ya no compartimos eso en lo que creemos, sino que flotamos tomados por el ángel salvador, el de la guarda y así dejamos de distinguir lo real de lo virtual. El ángel, “ese otro como nosotros, el que nos protege de nuestro inconsciente y nos promete la eternidad”. Se trata entonces, para nosotros, posmodernos, de volver a nuestra naturaleza angélica, abandonando el campo del deseo, durmiendo eternizados en el mundo de la inocencia. El lazo social se rompe ya que cada uno es uno con su ángel. (4)
En estos tiempos, en los que la desmetaforización de la Ley (5) amenaza al mundo entero con dejar a la humanidad presa de las mallas de la tecnociencia que rebaja el principio mismo de la paternidad a una concepción "carnicera" de la misma; en el que la cadena infernal de desubjetivización de las masas se anuncia con formas nuevas de muerte de los hijos(6) ; los actos locos y por ende la locura se presenta como síntoma social. (7)
Por lo tanto: ¿podremos considerar al psicoanálisis mismo como suplencia de la enfermedad posmoderna?
3-Locuras creacionistas:
Una concepción “carnicera” de la filiación (8) , según los términos de Pierre Legendre fue inaugurada a partir de la complicidad de científicos con el nacionalsocialismo. Concepción que se puso en cruz al “progreso espiritual” del que Freud habla en Moisés y la religión monoteísta, cuando sitúa la elevación de la paternidad al orden simbólico , y la renuncia a la sensualidad, quedando así la paternidad por sobre la maternidad, aún cuando ésta última sea confirmada por los sentidos.
Desde los experimentos genéticos promovidos por el ideal de la pureza de la raza hasta las declaraciones recientes del biólogo estadounidense James Watson, quien recibiera el premio Nobel al descubrir junto a su colega Francis Crick en 1953 la estructura del ADN (9) , asistimos a un nuevo lugar para situar la función creadora: la ciencia.
Leemos en la Sección Ciencia de un diario nacional.(10) (Y digo “Ciencia” y no ciencia ficción):
“Científicos británicos recibieron ayer autorización para crear embriones humanos con material genético de dos mujeres. La licencia fue concedida por la Autoridad de Embriología británica. Los científicos anunciaron que no permitirán que el embrión obtenido se desarrolle hasta ser un bebé. De todos modos, de ocurrir esto, el pequeño aún heredaría características de sus padres porque el ADN mitocondrial no determina el color del cabello, los ojos u otras señas particulares.”
¡Qué alivio! Pero es imprescindible la pregunta: si el nuevo bebé heredará, como dicen los científicos, características de los padres: ¿de qué “padres” se trata cuando el material genético con el que se creará el embrión ha sido extraído de dos mujeres?
¿Es que la ciencia ha hecho posible que ya no seamos una especie de reproducción sexuada?
¿En qué se convierte la diferencia de sexos a partir de que es posible crear una nueva vida con material genético extraído de dos mujeres?
¿Y esta “nueva vida” a qué dará vida?
¿Podremos entonces quedarnos tranquilos acerca de la “reproducción de la especie”?
¿Puesta en acto de la pasión de la ignorancia e intento de realización de una nueva teoría sexual infantil?
4- Avance de la segregación:
Lo que sorprende es la coincidencia entre esta práctica científica, hecha en el nombre del bien de la humanidad (se trata de evitar ciertas enfermedades de transmisión genética(11) ) y la propuesta feminista de: “Poder evacuar dos o tres estados de los EE.UU., echar a los hombres de un puntapié e instalar allí sólo mujeres y edificar una suerte de "Muro de Berlín" alrededor, para que las mujeres no tengan que estar más en contacto con los hombres" (12)
James Watson, cuando afirma que en diez años todo será modificado genéticamente, reconoce que en 1953 no había dimensionado el alcance de su descubrimiento. Dice que habiendo creído explicar la realidad no se había dado cuenta de que estaba contribuyendo a transformarla.
En la actualidad, a partir del establecimiento del Genoma Humano, ya “todo” es posible.
La ingeniería genética es la gran creadora de nuestros tiempos. Y si bien no crea a partir de la nada, puede decidir exactamente qué es lo que creará y lo que no.
Watson dice, en la entrevista mencionada, que quizás una mujer pueda decidir no continuar con un embarazo si la genética le anuncia que su hijo será homosexual y que también podrán combinarse los genes de tal manera de poder crear niños más bellos e inteligentes. (Se impone la pregunta: ¿Más en relación a quién?)
La genética aparece hoy como un nuevo oráculo, versión seria y certera de los horóscopos. Sabremos de antemano qué va a suceder en el futuro y aún podremos conocer según el mapa genético si una niña recién nacida tendrá o no orgasmos satisfactorios. (13)(Claro que sólo tendremos la certeza respecto al 45% de determinación genética del orgasmo femenino.)
La ciencia es una religión muy rara: no pide la fe y revela sus misterios. Promete y cumple en el más acá y sólo requiere que el humano le ceda su cuerpo, sus proyectos, sus deseos, que no sueñe ni fantasee y se someta en tanto objeto a sus prescripciones.
Y es la ciencia, o más estrictamente: la ideología de la ciencia, no los científicos, ya que son ellos los que primero creyeron, los que primero le han entregado sus vidas, los que primero renuncian a la subjetividad para convertirse en instrumentos del cálculo.
Para la ciencia convertida en nuestra religión posmoderna el sujeto es calculable.
Quetelet(14) inaugura al hombre sin cualidades cuando produce a través del cálculo estadístico al “hombre medio”.
Hombre-medio como construcción abstracta de un individuo inexistente, que resulta del promedio de los atributos de los hombres. Este estadístico francés puede ser considerado el fundador de la biometría, que permitió elaborar la noción de que las características humanas pueden ser medidas y establecidas, de una vez y para siempre mediante un artificio matemático, como características normales del hombre.
Desde el punto de vista estadístico, un sujeto es un valor, que puede ser considerado normal por la ubicación que tiene dentro de un intervalo, donde están la mayoría de las observaciones realizadas. Este intervalo se grafica en lo que se denomina “Curva de Bell” o “Campana de Gauss”, que comprende, por ejemplo al 95% de las personas de ese universo, estableciendo los ‘umbrales de normalidad’ y la noción de ‘desvío’.
Otra versión del sujeto calculable es el sujeto del cálculo de las estrategias, operada a partir de la teoría matemática de Von Neuman y Morgenstern (15). Este sujeto sabe lo que quiere y quiere su bien, conoce las reglas y jamás olvida, mientras juega, nada del juego.
5- El sujeto suturado como valor:
Podemos situar a la lógica simbólica y a la psicología como las dos maniobras que la ciencia moderna efectúa respecto a la sutura del sujeto. Sutura de la hiancia oficiada por el lenguaje, en tanto el ser hablante es un sujeto irremediablemente dividido entre saber y verdad.
Respecto a la psicología, es posible retomar la referencia al muro del lenguaje. La psicología opera con el lenguaje en su función objetivante. Fundada en la maniobra de hacer del sujeto un objeto de estudio, se concibe “humanista” al nombrarlo “hombre”. Los seres hablantes son entonces considerados en un universal que se subdivide en clases, y la predicación que la psicología hace para cada una de sus clases se considera válido para la gran mayoría de los mismos. Así, los seres hablantes pueden unificarse, equivalerse y normalizarse.
Dada las dimensiones que en nuestro mundo actual ha tomado la ciencia psicológica, verdadera sacralización de sus afirmaciones, los humanos quedan empujados a “creerse tales”: drogadictos, histéricos, obsesivos compulsivos, mujeres, hombres, esquizofrénicos y así al infinito.
6- El empuje a la locura:
Este verdadero empuje a la locura, ya había sido anunciado por Lacan: “El yo del hombre ha tomado su forma, lo hemos indicado en otro lugar, en el callejón sin salida dialéctico del “alma bella” que no reconoce la razón misma de su ser en el desorden que denuncia en el mundo. Pero una salida se ofrece al sujeto para la resolución de este callejón sin salida donde delira su discurso. La comunicación puede establecerse para él válidamente en la obra común de la ciencia y en los empleos que ella gobierna en la civilización universal, esta comunicación será efectiva en el interior de la enorme objetivación constituida por esa ciencia…” (16)
Y continúa: “y es lo que hace temible nuestra responsabilidad cuando le aportamos, con las manipulaciones míticas de nuestra doctrina, una ocasión suplementaria de enajenarse en la trinidad descompuesta del ego, el superego y el id, por ejemplo.”
Mención que nos incluye, en tanto analistas y que según mi parecer incluye nuestra responsabilidad en cuanto a la extensión del psicoanálisis.
La “niñez generalizada” de la que Lacan habla en el "Discurso de clausura de la Jornada sobre la psicosis en el niño", en 1967, resuena con la conversión del cuerpo en máquina sostenida por las ciencias biológicas y la medicina actual y el rechazo de la dimensión conflictiva de la sexualidad en el ser hablante por la vía de las técnicas aportadas por el campo de la sexología.
Pero es destacable también que resuena en muchas políticas pretendidamente “progresistas” que al destacar los efectos de la discriminación, avanzan en proponer un lazo cada vez más fuerte con los iguales y terminan proponiendo pequeños “campos de concentración” como el aludido en la propuesta feminista más arriba citada. (17)
7- ¿Y entonces?
Constatar lo que resulta de los discursos dominantes en nuestra actualidad no pretende ser un lamento nostálgico de los tiempos pasados, ni una solicitud al retorno del Padre potente, que no es más que un llamado que se responde con figuras totalitarias.
Constatarlo supone un llamado a la reflexión sobre las condiciones contemporáneas de la subjetividad y por ende, de las condiciones en las que se desenvuelve nuestra práctica.
El psicoanálisis continúa pudiendo ser posible hoy, a condición de desprenderse de los imperativos de cierto “superyo cultural psi” y a condición de reconocer cuánto los mismos psicoanalistas resistimos al psicoanálisis con el psicoanálisis mismo.
Supone también que sostener la lógica del No-Todo, que limita la tendencia universalizante y global; constituye hoy en día la condición de posibilidad de la práctica del discurso del psicoanálisis.
Si el deseo del analista tiene como objeto el análisis y en cuanto tal se diferencia de cualquier otro: de saber, de curar o de felicidad; hay que sopesar en su justo término la indicación de Lacan de que se trata del deseo de la diferencia absoluta.
Este deseo no es gratis, y el precio a pagar por él es el “agravamiento de las dificultades naturales entre los sexos” (18). No hay relación sexual, es imposible escribir esta relación, éste es el enunciado en el que el deseo del analista se halla fuertemente comprometido. Si es deseo de la diferencia absoluta, no se trata de aportar ninguna solución al “No hay”.Ninguna reconciliación de contrarios, ninguna síntesis final.
Creo que la diferencia absoluta (19) es un más allá de la diferencia de sexos.
Una clínica lacaniana, que no por ello deja de ser freudiana, pero que se fundamenta en la lógica que Lacan nos lega para leer a Freud, plantea que hay algo de equivocación en el sostenimiento del Sujeto Supuesto al Saber, revelando el des-ser de ese mismo SSS, que es el asidero de un deseo. El analista paga con su persona y con su nombre reducidos al significante cualquiera por éste atravesamiento.
Por lo tanto, en la actualidad, es el psicoanálisis quien aún sostiene la dignidad del sujeto, del sujeto que no es Uno, del sujeto que nace dividido, y es el discurso del analista el discurso de la alteridad por excelencia.
Para el psicoanálisis, entonces, si hay Uno es un “uno que dice no”, expresión que recordamos, preside las fórmulas de la sexuación (29). Estas fórmulas son una manera de tratar la diferencia ya no en términos valorativos, ni imaginarios, sino en términos lógicos. Es una escritura para inventar lo real allí donde lo real no deja de no escribirse.
Podemos situar que la dignidad otorgada al sujeto en la práctica del psicoanálisis, no puede disociarse de su responsabilidad, es decir: que es el psicoanálisis uno de los últimos discursos que no dimite sobre la responsabilidad del sujeto. (21)
Decía antes que podemos hablar de una clínica lacaniana, y lo refrendo en éste mismo punto, ya que es a partir de Lacan que podemos decir que: “el analista no se autoriza más que de él mismo, y ante algunos otros” pero también que “el ser sexuado no se autoriza más que de él mismo, ante algunos otros”.
Dos cuestiones, entonces: advenir analista y advenir un ser sexuado, en las que Lacan sostiene que no se trata del reconocimiento del Otro, preservando la iniciativa del sujeto. Pero que, si bien son sin el Otro, es menester hacerlas públicas. O sea: No son sin los otros.
Se trata del modo en que el sujeto accede a su singular dignidad, esa que surge del “saber que existe un saber articulado y que cada cual, a su manera y en un punto exclusivamente local, es el efecto”. (22)
Por lo tanto: la dignidad del sujeto en la experiencia analítica, no es más que su ser de objeto. Objeto del que habrá hecho el duelo al revelársele que no hay ninguno que valga más que los otros. Objeto que es pura ausencia, falta, antecedencia, que opera como causa.
“El sujeto está siempre a una cierta distancia de su ser y ese ser no viene a reunirse jamás con él, y por ello no puede hacer otra cosa que alcanzar a su ser en esa metonimia del ser en el sujeto que es el deseo” (23)
La razón del deseo, del deseo del Otro, es una razón de resto, de irracionalidad, es una razón que sitúa una pura alteridad.
Esto llevará a que el sujeto, al desengañarse del SSS, pueda creer allí, en el Inconsciente, donde se le ha revelado el verdadero agujero. Un análisis produce un sujeto que ya no cree más en el Otro/Dios/ El Padre sino que cree en su acto. Un sujeto digno de su acto.
Septiembre de 2008.
NOTAS:
1-Presentado en el Panel Central de las Jornadas:” La dignidad del sujeto en la experiencia del análisis". XVI Presentaciones Clínicas. Organizado por COL. DE PSICOLOGOS de la Prov. Bs. As Distrito XV San Isidro. 27 de septiembre de 2008. Buenos Aires.
2- Lacan, J. Seminario II. Paidós. Buenos Aires, 1986.pag 360, 361.
3- Pommier, G. Los cuerpos angélicos de la posmodernidad. Nueva Visión. Buenos Aires. 2002
4 -El planteo de Pommier es interesante ya que metaforiza lo que por ruptura del lazo se ha desmetaforizado.
5- Legendre, P. El crimen del cabo Lortie. Siglo XXI. Buenos Aires 1994. pag 11 y 12.
6 -Ya sea que se trate de homicidios sin cadáver (anonadamientos subjetivos) homicidios colectivos (guerras) o que esos hijos encuentren una salida en la regimentación terrorista
7- Alvarez, A; Colovini, M. Discurso capitalista y clínica actual. Inédito. Presentado en las IVJornadas de Investigación. Facultad de Psicología. UNR, 27 y 28 de septiembre de 2001.
8- Haciendo realidad que no hay padre más que a nivel del espermatozoide.
9- Publicado en la ed. impresa: Ciencia/SaludDomingo 4 de setiembre de 2005. Noticias
Ciencia/Salud. Entrevista al descubridor de la estructura del ADN "En diez años, casi todo será modificado genéticamente". Dice el biólogo James Watson que propone mejorar a la humanidad
10- Publicado en la ed. impresa: Ciencia/SaludViernes 9 de setiembre de 2005. Noticias.
11- Cada célula del organismo, excepto los glóbulos rojos, contienen mitocondrias, estructuras pequeñas y complejas que producen la energía necesaria para crecer y vivir. Una característica distintiva de las mitocondrias es que poseen ADN propio que sólo transmite la madre. Si ese material genético es defectuoso, produce enfermedades para las que aún no hay cura.
12 -Citado por R. Harari: Psicoanálisis in-mundo . Buenos Aires, Kargieman, 1994, p. 96.
13- Publicado en la ed. impresa: Ciencia/SaludJueves 9 de junio de 2005
Noticias
Ciencia/Salud. “Los genes condicionan el orgasmo femenino. Es lo que afirma un estudio realizado en 4000 mujeres”
14- Adolphe Quetelet (Gante, 1796-Bruselas, 1874) Matemático belga. Profesor en las universidades de Gante y de Bruselas y director del Observatorio de Bruselas, se especializó en estadística y astronomía. Aplicó el método estadístico al estudio de la sociología. Destacan sus obras Sobre el hombre y el desarrollo de las facultades humanas: Ensayo sobre física social (1835) y La antropometría, o medida de las diferentes facultades del hombre (1871).
15- En 1944, en un texto escrito con Oskar Morgenstern, plantea la teoría del juego Theory of Games and Economic Behaviour.
16 -Lacan, J. Función y campo de la palabra y el lenguaje. Escritos 1 pag 270 y 27117 Entiendo que los psicoanalistas no estamos dispensados de hacerlo por ninguna “gracia” especial, basta mirar el estado a veces sectario y cerrado de muchos de nuestros agrupamientos.
18 -Safouan, M. Jacques Lacan y la cuestión de la formación de los analistas. Buenos Aires, Paidos, 1984.
19 -Kieerkegard planteó la diferencia absoluta en su debate con la reconciliación de los contrarios de Hegel.
20- Los matemas de la sexuación son presentados por Jacques Lacan en el Seminario Encore como un nuevo modo de tratar la cuestión de la diferencia de los sexos a partir de considerar otra lógica que la función del falo para sostener esa diferencia.
21- Y esto es muy importante en la contemporaneidad, cuando desde múltiples discursos (científicos, religiosos, morales, etc) se insiste en la desresponsabilización subjetiva.
22- Lacan, J. Sobre la experiencia del pase. Pag 37. Ornicar 1. Publicación periódica del Champ Freudien. España. 1984.
23- Lacan, J. Seminario: El deseo y su interpretación. Inédito.
Marité Colovini
1- El muro
Hay un muro que tomó mayor consistencia a partir de cierta operación del nazismo. Y ese muro aún no ha caído. Es más, es un muro que conmemora la victoria hitleriana a pesar de “la caída” de Hitler.
Este muro continúa edificándose cada vez con mayor precisión, y sus consecuencias merecen la reflexión de quienes, como los psicoanalistas, sólo usamos la palabra para nuestra práctica.
La función “muro” del lenguaje, esa función objetivadora que se añade a la maquinaria de la ciencia dando por resultado que ya casi nadie hable porque se les ha cerrado el pico, como a los planetas desde Newton, es el muro que no sólo no ha caído sino que se agiganta cada vez más.
En el seminario II, Lacan sitúa dos funciones del lenguaje: una objetivadora y la otra subjetivante.(2) Allí acuña la expresión “el muro del lenguaje”. Y responde a la pregunta de por qué no hablan los planetas, señalando las consecuencias de la operación de la ciencia al convertirlos en objetos de conocimiento.
Hace muchos años, utilicé la cita de Lacan para explicar por qué en los manicomios se hablaba tan poco: a los locos la psiquiatría también les había cerrado el pico. No imaginaba por aquella época que asistiría a la mudez generalizada, consecuencia del empleo a escala planetaria del manual llamado DSM IV.
“Ataques de pánico”, “síndrome de fatiga crónica”, “estrés” y etc…que convierten a los humanos en panicosos, fatigados, estresados….Seres humanos objetalizados que caminan, trabajan y viven, pero ya casi no hablan y por consiguiente quedan excluidos de realizar una demanda de análisis. Para cada uno hay una “pastilla salvadora”, ya que aquello de lo que padecen puede explicarse por “disfunciones neuroquímicas” y siguiendo una simple teoría del equilibrio se cura con equivalentes químicos, resultado de algunos cálculos.
¿Pueden persistir las inhibiciones, los síntomas y las angustias cuando el discurso dominante, nos empuja a confiar en una nueva creencia que se instala ignorando ella misma lo que constituye?
“La ciencia sabe muchas cosas, pero ignora su propio papel religioso que da lugar a una fe”, dice Gerard Pommier en Los cuerpos angélicos de la posmodernidad. (3)
2- ¿Ruptura del lazo social?
La fuerza del lazo social reside en compartir las mismas creencias, continúa diciendo Pommier. Para situar que, en estos tiempos posmodernos ya no compartimos eso en lo que creemos, sino que flotamos tomados por el ángel salvador, el de la guarda y así dejamos de distinguir lo real de lo virtual. El ángel, “ese otro como nosotros, el que nos protege de nuestro inconsciente y nos promete la eternidad”. Se trata entonces, para nosotros, posmodernos, de volver a nuestra naturaleza angélica, abandonando el campo del deseo, durmiendo eternizados en el mundo de la inocencia. El lazo social se rompe ya que cada uno es uno con su ángel. (4)
En estos tiempos, en los que la desmetaforización de la Ley (5) amenaza al mundo entero con dejar a la humanidad presa de las mallas de la tecnociencia que rebaja el principio mismo de la paternidad a una concepción "carnicera" de la misma; en el que la cadena infernal de desubjetivización de las masas se anuncia con formas nuevas de muerte de los hijos(6) ; los actos locos y por ende la locura se presenta como síntoma social. (7)
Por lo tanto: ¿podremos considerar al psicoanálisis mismo como suplencia de la enfermedad posmoderna?
3-Locuras creacionistas:
Una concepción “carnicera” de la filiación (8) , según los términos de Pierre Legendre fue inaugurada a partir de la complicidad de científicos con el nacionalsocialismo. Concepción que se puso en cruz al “progreso espiritual” del que Freud habla en Moisés y la religión monoteísta, cuando sitúa la elevación de la paternidad al orden simbólico , y la renuncia a la sensualidad, quedando así la paternidad por sobre la maternidad, aún cuando ésta última sea confirmada por los sentidos.
Desde los experimentos genéticos promovidos por el ideal de la pureza de la raza hasta las declaraciones recientes del biólogo estadounidense James Watson, quien recibiera el premio Nobel al descubrir junto a su colega Francis Crick en 1953 la estructura del ADN (9) , asistimos a un nuevo lugar para situar la función creadora: la ciencia.
Leemos en la Sección Ciencia de un diario nacional.(10) (Y digo “Ciencia” y no ciencia ficción):
“Científicos británicos recibieron ayer autorización para crear embriones humanos con material genético de dos mujeres. La licencia fue concedida por la Autoridad de Embriología británica. Los científicos anunciaron que no permitirán que el embrión obtenido se desarrolle hasta ser un bebé. De todos modos, de ocurrir esto, el pequeño aún heredaría características de sus padres porque el ADN mitocondrial no determina el color del cabello, los ojos u otras señas particulares.”
¡Qué alivio! Pero es imprescindible la pregunta: si el nuevo bebé heredará, como dicen los científicos, características de los padres: ¿de qué “padres” se trata cuando el material genético con el que se creará el embrión ha sido extraído de dos mujeres?
¿Es que la ciencia ha hecho posible que ya no seamos una especie de reproducción sexuada?
¿En qué se convierte la diferencia de sexos a partir de que es posible crear una nueva vida con material genético extraído de dos mujeres?
¿Y esta “nueva vida” a qué dará vida?
¿Podremos entonces quedarnos tranquilos acerca de la “reproducción de la especie”?
¿Puesta en acto de la pasión de la ignorancia e intento de realización de una nueva teoría sexual infantil?
4- Avance de la segregación:
Lo que sorprende es la coincidencia entre esta práctica científica, hecha en el nombre del bien de la humanidad (se trata de evitar ciertas enfermedades de transmisión genética(11) ) y la propuesta feminista de: “Poder evacuar dos o tres estados de los EE.UU., echar a los hombres de un puntapié e instalar allí sólo mujeres y edificar una suerte de "Muro de Berlín" alrededor, para que las mujeres no tengan que estar más en contacto con los hombres" (12)
James Watson, cuando afirma que en diez años todo será modificado genéticamente, reconoce que en 1953 no había dimensionado el alcance de su descubrimiento. Dice que habiendo creído explicar la realidad no se había dado cuenta de que estaba contribuyendo a transformarla.
En la actualidad, a partir del establecimiento del Genoma Humano, ya “todo” es posible.
La ingeniería genética es la gran creadora de nuestros tiempos. Y si bien no crea a partir de la nada, puede decidir exactamente qué es lo que creará y lo que no.
Watson dice, en la entrevista mencionada, que quizás una mujer pueda decidir no continuar con un embarazo si la genética le anuncia que su hijo será homosexual y que también podrán combinarse los genes de tal manera de poder crear niños más bellos e inteligentes. (Se impone la pregunta: ¿Más en relación a quién?)
La genética aparece hoy como un nuevo oráculo, versión seria y certera de los horóscopos. Sabremos de antemano qué va a suceder en el futuro y aún podremos conocer según el mapa genético si una niña recién nacida tendrá o no orgasmos satisfactorios. (13)(Claro que sólo tendremos la certeza respecto al 45% de determinación genética del orgasmo femenino.)
La ciencia es una religión muy rara: no pide la fe y revela sus misterios. Promete y cumple en el más acá y sólo requiere que el humano le ceda su cuerpo, sus proyectos, sus deseos, que no sueñe ni fantasee y se someta en tanto objeto a sus prescripciones.
Y es la ciencia, o más estrictamente: la ideología de la ciencia, no los científicos, ya que son ellos los que primero creyeron, los que primero le han entregado sus vidas, los que primero renuncian a la subjetividad para convertirse en instrumentos del cálculo.
Para la ciencia convertida en nuestra religión posmoderna el sujeto es calculable.
Quetelet(14) inaugura al hombre sin cualidades cuando produce a través del cálculo estadístico al “hombre medio”.
Hombre-medio como construcción abstracta de un individuo inexistente, que resulta del promedio de los atributos de los hombres. Este estadístico francés puede ser considerado el fundador de la biometría, que permitió elaborar la noción de que las características humanas pueden ser medidas y establecidas, de una vez y para siempre mediante un artificio matemático, como características normales del hombre.
Desde el punto de vista estadístico, un sujeto es un valor, que puede ser considerado normal por la ubicación que tiene dentro de un intervalo, donde están la mayoría de las observaciones realizadas. Este intervalo se grafica en lo que se denomina “Curva de Bell” o “Campana de Gauss”, que comprende, por ejemplo al 95% de las personas de ese universo, estableciendo los ‘umbrales de normalidad’ y la noción de ‘desvío’.
Otra versión del sujeto calculable es el sujeto del cálculo de las estrategias, operada a partir de la teoría matemática de Von Neuman y Morgenstern (15). Este sujeto sabe lo que quiere y quiere su bien, conoce las reglas y jamás olvida, mientras juega, nada del juego.
5- El sujeto suturado como valor:
Podemos situar a la lógica simbólica y a la psicología como las dos maniobras que la ciencia moderna efectúa respecto a la sutura del sujeto. Sutura de la hiancia oficiada por el lenguaje, en tanto el ser hablante es un sujeto irremediablemente dividido entre saber y verdad.
Respecto a la psicología, es posible retomar la referencia al muro del lenguaje. La psicología opera con el lenguaje en su función objetivante. Fundada en la maniobra de hacer del sujeto un objeto de estudio, se concibe “humanista” al nombrarlo “hombre”. Los seres hablantes son entonces considerados en un universal que se subdivide en clases, y la predicación que la psicología hace para cada una de sus clases se considera válido para la gran mayoría de los mismos. Así, los seres hablantes pueden unificarse, equivalerse y normalizarse.
Dada las dimensiones que en nuestro mundo actual ha tomado la ciencia psicológica, verdadera sacralización de sus afirmaciones, los humanos quedan empujados a “creerse tales”: drogadictos, histéricos, obsesivos compulsivos, mujeres, hombres, esquizofrénicos y así al infinito.
6- El empuje a la locura:
Este verdadero empuje a la locura, ya había sido anunciado por Lacan: “El yo del hombre ha tomado su forma, lo hemos indicado en otro lugar, en el callejón sin salida dialéctico del “alma bella” que no reconoce la razón misma de su ser en el desorden que denuncia en el mundo. Pero una salida se ofrece al sujeto para la resolución de este callejón sin salida donde delira su discurso. La comunicación puede establecerse para él válidamente en la obra común de la ciencia y en los empleos que ella gobierna en la civilización universal, esta comunicación será efectiva en el interior de la enorme objetivación constituida por esa ciencia…” (16)
Y continúa: “y es lo que hace temible nuestra responsabilidad cuando le aportamos, con las manipulaciones míticas de nuestra doctrina, una ocasión suplementaria de enajenarse en la trinidad descompuesta del ego, el superego y el id, por ejemplo.”
Mención que nos incluye, en tanto analistas y que según mi parecer incluye nuestra responsabilidad en cuanto a la extensión del psicoanálisis.
La “niñez generalizada” de la que Lacan habla en el "Discurso de clausura de la Jornada sobre la psicosis en el niño", en 1967, resuena con la conversión del cuerpo en máquina sostenida por las ciencias biológicas y la medicina actual y el rechazo de la dimensión conflictiva de la sexualidad en el ser hablante por la vía de las técnicas aportadas por el campo de la sexología.
Pero es destacable también que resuena en muchas políticas pretendidamente “progresistas” que al destacar los efectos de la discriminación, avanzan en proponer un lazo cada vez más fuerte con los iguales y terminan proponiendo pequeños “campos de concentración” como el aludido en la propuesta feminista más arriba citada. (17)
7- ¿Y entonces?
Constatar lo que resulta de los discursos dominantes en nuestra actualidad no pretende ser un lamento nostálgico de los tiempos pasados, ni una solicitud al retorno del Padre potente, que no es más que un llamado que se responde con figuras totalitarias.
Constatarlo supone un llamado a la reflexión sobre las condiciones contemporáneas de la subjetividad y por ende, de las condiciones en las que se desenvuelve nuestra práctica.
El psicoanálisis continúa pudiendo ser posible hoy, a condición de desprenderse de los imperativos de cierto “superyo cultural psi” y a condición de reconocer cuánto los mismos psicoanalistas resistimos al psicoanálisis con el psicoanálisis mismo.
Supone también que sostener la lógica del No-Todo, que limita la tendencia universalizante y global; constituye hoy en día la condición de posibilidad de la práctica del discurso del psicoanálisis.
Si el deseo del analista tiene como objeto el análisis y en cuanto tal se diferencia de cualquier otro: de saber, de curar o de felicidad; hay que sopesar en su justo término la indicación de Lacan de que se trata del deseo de la diferencia absoluta.
Este deseo no es gratis, y el precio a pagar por él es el “agravamiento de las dificultades naturales entre los sexos” (18). No hay relación sexual, es imposible escribir esta relación, éste es el enunciado en el que el deseo del analista se halla fuertemente comprometido. Si es deseo de la diferencia absoluta, no se trata de aportar ninguna solución al “No hay”.Ninguna reconciliación de contrarios, ninguna síntesis final.
Creo que la diferencia absoluta (19) es un más allá de la diferencia de sexos.
Una clínica lacaniana, que no por ello deja de ser freudiana, pero que se fundamenta en la lógica que Lacan nos lega para leer a Freud, plantea que hay algo de equivocación en el sostenimiento del Sujeto Supuesto al Saber, revelando el des-ser de ese mismo SSS, que es el asidero de un deseo. El analista paga con su persona y con su nombre reducidos al significante cualquiera por éste atravesamiento.
Por lo tanto, en la actualidad, es el psicoanálisis quien aún sostiene la dignidad del sujeto, del sujeto que no es Uno, del sujeto que nace dividido, y es el discurso del analista el discurso de la alteridad por excelencia.
Para el psicoanálisis, entonces, si hay Uno es un “uno que dice no”, expresión que recordamos, preside las fórmulas de la sexuación (29). Estas fórmulas son una manera de tratar la diferencia ya no en términos valorativos, ni imaginarios, sino en términos lógicos. Es una escritura para inventar lo real allí donde lo real no deja de no escribirse.
Podemos situar que la dignidad otorgada al sujeto en la práctica del psicoanálisis, no puede disociarse de su responsabilidad, es decir: que es el psicoanálisis uno de los últimos discursos que no dimite sobre la responsabilidad del sujeto. (21)
Decía antes que podemos hablar de una clínica lacaniana, y lo refrendo en éste mismo punto, ya que es a partir de Lacan que podemos decir que: “el analista no se autoriza más que de él mismo, y ante algunos otros” pero también que “el ser sexuado no se autoriza más que de él mismo, ante algunos otros”.
Dos cuestiones, entonces: advenir analista y advenir un ser sexuado, en las que Lacan sostiene que no se trata del reconocimiento del Otro, preservando la iniciativa del sujeto. Pero que, si bien son sin el Otro, es menester hacerlas públicas. O sea: No son sin los otros.
Se trata del modo en que el sujeto accede a su singular dignidad, esa que surge del “saber que existe un saber articulado y que cada cual, a su manera y en un punto exclusivamente local, es el efecto”. (22)
Por lo tanto: la dignidad del sujeto en la experiencia analítica, no es más que su ser de objeto. Objeto del que habrá hecho el duelo al revelársele que no hay ninguno que valga más que los otros. Objeto que es pura ausencia, falta, antecedencia, que opera como causa.
“El sujeto está siempre a una cierta distancia de su ser y ese ser no viene a reunirse jamás con él, y por ello no puede hacer otra cosa que alcanzar a su ser en esa metonimia del ser en el sujeto que es el deseo” (23)
La razón del deseo, del deseo del Otro, es una razón de resto, de irracionalidad, es una razón que sitúa una pura alteridad.
Esto llevará a que el sujeto, al desengañarse del SSS, pueda creer allí, en el Inconsciente, donde se le ha revelado el verdadero agujero. Un análisis produce un sujeto que ya no cree más en el Otro/Dios/ El Padre sino que cree en su acto. Un sujeto digno de su acto.
Septiembre de 2008.
NOTAS:
1-Presentado en el Panel Central de las Jornadas:” La dignidad del sujeto en la experiencia del análisis". XVI Presentaciones Clínicas. Organizado por COL. DE PSICOLOGOS de la Prov. Bs. As Distrito XV San Isidro. 27 de septiembre de 2008. Buenos Aires.
2- Lacan, J. Seminario II. Paidós. Buenos Aires, 1986.pag 360, 361.
3- Pommier, G. Los cuerpos angélicos de la posmodernidad. Nueva Visión. Buenos Aires. 2002
4 -El planteo de Pommier es interesante ya que metaforiza lo que por ruptura del lazo se ha desmetaforizado.
5- Legendre, P. El crimen del cabo Lortie. Siglo XXI. Buenos Aires 1994. pag 11 y 12.
6 -Ya sea que se trate de homicidios sin cadáver (anonadamientos subjetivos) homicidios colectivos (guerras) o que esos hijos encuentren una salida en la regimentación terrorista
7- Alvarez, A; Colovini, M. Discurso capitalista y clínica actual. Inédito. Presentado en las IVJornadas de Investigación. Facultad de Psicología. UNR, 27 y 28 de septiembre de 2001.
8- Haciendo realidad que no hay padre más que a nivel del espermatozoide.
9- Publicado en la ed. impresa: Ciencia/SaludDomingo 4 de setiembre de 2005. Noticias
Ciencia/Salud. Entrevista al descubridor de la estructura del ADN "En diez años, casi todo será modificado genéticamente". Dice el biólogo James Watson que propone mejorar a la humanidad
10- Publicado en la ed. impresa: Ciencia/SaludViernes 9 de setiembre de 2005. Noticias.
11- Cada célula del organismo, excepto los glóbulos rojos, contienen mitocondrias, estructuras pequeñas y complejas que producen la energía necesaria para crecer y vivir. Una característica distintiva de las mitocondrias es que poseen ADN propio que sólo transmite la madre. Si ese material genético es defectuoso, produce enfermedades para las que aún no hay cura.
12 -Citado por R. Harari: Psicoanálisis in-mundo . Buenos Aires, Kargieman, 1994, p. 96.
13- Publicado en la ed. impresa: Ciencia/SaludJueves 9 de junio de 2005
Noticias
Ciencia/Salud. “Los genes condicionan el orgasmo femenino. Es lo que afirma un estudio realizado en 4000 mujeres”
14- Adolphe Quetelet (Gante, 1796-Bruselas, 1874) Matemático belga. Profesor en las universidades de Gante y de Bruselas y director del Observatorio de Bruselas, se especializó en estadística y astronomía. Aplicó el método estadístico al estudio de la sociología. Destacan sus obras Sobre el hombre y el desarrollo de las facultades humanas: Ensayo sobre física social (1835) y La antropometría, o medida de las diferentes facultades del hombre (1871).
15- En 1944, en un texto escrito con Oskar Morgenstern, plantea la teoría del juego Theory of Games and Economic Behaviour.
16 -Lacan, J. Función y campo de la palabra y el lenguaje. Escritos 1 pag 270 y 27117 Entiendo que los psicoanalistas no estamos dispensados de hacerlo por ninguna “gracia” especial, basta mirar el estado a veces sectario y cerrado de muchos de nuestros agrupamientos.
18 -Safouan, M. Jacques Lacan y la cuestión de la formación de los analistas. Buenos Aires, Paidos, 1984.
19 -Kieerkegard planteó la diferencia absoluta en su debate con la reconciliación de los contrarios de Hegel.
20- Los matemas de la sexuación son presentados por Jacques Lacan en el Seminario Encore como un nuevo modo de tratar la cuestión de la diferencia de los sexos a partir de considerar otra lógica que la función del falo para sostener esa diferencia.
21- Y esto es muy importante en la contemporaneidad, cuando desde múltiples discursos (científicos, religiosos, morales, etc) se insiste en la desresponsabilización subjetiva.
22- Lacan, J. Sobre la experiencia del pase. Pag 37. Ornicar 1. Publicación periódica del Champ Freudien. España. 1984.
23- Lacan, J. Seminario: El deseo y su interpretación. Inédito.
Aportes y resonancias en Mariano Cordera
Les envío una nota publicada hoy domingo 7 de marzo en el Diario Perfil, donde me parece que se pone en juego algo de lo que se planteó el sábado en el Seminario que abrió Marcos. Ahí donde apuntaba a las hipótesis biológicas rechazando la configuración del Otro en lo tocante al malestar, enlazado con lo socio-político y las vertientes del poder (artículo de Raquel). En éste caso, la nota habla de "identidad de género", enmarcada en lo que se conmemora mañana como el Día de la Mujer.
De paso: Marcos si tenés traducido el capítulo XIV de lo que trajiste de Sibony ("El silencio de los analistas"), ¿me lo podrías adjuntar? Gracias y saludos.
Mariano Cordera
DIARIO PERFIL, Domingo 7 de marzo de 2010
transexuales y travestis
La mirada psicológica de una nueva identidad
Por L.G.
“Si bien la descripción de transexualismo aparece en el DSM-IV-R y en el CIE-10 –dos versiones del Manual de Diagnóstico y Estadística de Trastornos Mentales (DSM)– como trastorno de identidad de género, es importante mencionar que estas clasificaciones se encuentran en revisión y que países como Australia, la Unión Europea (excepto Irlanda) y varios estados de Estados Unidos sostienen que la transexualidad no debe ser considerada como una enfermedad mental, sino como una condición en sí misma, libre de toda patología. Así, han dado reconocimiento legal al cambio de género”, explica a PERFIL la licenciada Inés Aristegui, de la ACU University de Australia, y toma como fuente el DCA de 2010. Para seguir adelante en la explicación, recordó dos conceptos fundamentales: “La identidad de género responde a una concepción psicológica de pertenecer a un determinado sexo; es decir, es el sentimiento de ser hombre o mujer y se consolida entre los 3 y 4 años. La orientación sexual, en cambio, responde a la atracción emocional, romántica, sexual y/o afectiva hacia personas de un sexo particular y se consolida en la niñez o adolescencia”. “Las investigaciones realizadas –continúa la especialista– revelan que las personas transexuales no eligen su identidad de género, sino que se trata de una experiencia muy fuerte de pertenecer a un género diferente al que su aspecto físico revela, que podría tener su etiología en elementos de base biológica. Por ejemplo, un estudio realizado post mórtem con cerebros de hombres y mujeres heterosexuales y personas transexuales de hombre a mujer y de mujer a hombre (Kruijver et al., 2000) revela diferencias en algunas formaciones cerebrales. En el hombre, el volumen del núcleo límbico del área hipotalámica y el número de sus neuronas es casi el doble que en la mujer. En el caso de las personas trans, las formaciones de sus cerebros concuerdan con su identificación psicológica de género (no así con la de su anatomía al nacer). Según este estudio, esta parte del cerebro estaría involucrada en el desarrollo de la identidad de género”, concluye Aristegui.
PERFIL consultó a Jorge Horacio Raíces Montero, psicólogo de la Comunidad Homosexual Argentina, sobre las diferencias psicológicas entre travestis y transexuales: “La psicología de una travesti y la de una transexual respectivamente son entidades diferentes con peso propio. En la primera, existen personas conformes con partes de su cuerpo y una necesidad afectiva-vivencial de pertenecer a otro género. En cambio, en la identidad transexual generalmente hay un rechazo particular hacia los genitales y las mamas, y un especial rechazo por la marca biológica. En ambas identidades de género, en psicoterapia se trabaja en la construcción de la identidad a la que se dice pertenecer, ayudando en la concientización del cambio y orientando en sus modificaciones”. Además, remarcó que “la construcción de la identidad –para ambos casos– ocurre desde la infancia, por sentimientos y experiencias. Por rechazos y apetencias (lo que me gusta, lo que no), luego se expresa en la adolescencia con marcado énfasis y se sigue conformando a través del tiempo, nunca termina de conformarse totalmente ya que se modifica constantemente”.
De paso: Marcos si tenés traducido el capítulo XIV de lo que trajiste de Sibony ("El silencio de los analistas"), ¿me lo podrías adjuntar? Gracias y saludos.
Mariano Cordera
DIARIO PERFIL, Domingo 7 de marzo de 2010
transexuales y travestis
La mirada psicológica de una nueva identidad
Por L.G.
“Si bien la descripción de transexualismo aparece en el DSM-IV-R y en el CIE-10 –dos versiones del Manual de Diagnóstico y Estadística de Trastornos Mentales (DSM)– como trastorno de identidad de género, es importante mencionar que estas clasificaciones se encuentran en revisión y que países como Australia, la Unión Europea (excepto Irlanda) y varios estados de Estados Unidos sostienen que la transexualidad no debe ser considerada como una enfermedad mental, sino como una condición en sí misma, libre de toda patología. Así, han dado reconocimiento legal al cambio de género”, explica a PERFIL la licenciada Inés Aristegui, de la ACU University de Australia, y toma como fuente el DCA de 2010. Para seguir adelante en la explicación, recordó dos conceptos fundamentales: “La identidad de género responde a una concepción psicológica de pertenecer a un determinado sexo; es decir, es el sentimiento de ser hombre o mujer y se consolida entre los 3 y 4 años. La orientación sexual, en cambio, responde a la atracción emocional, romántica, sexual y/o afectiva hacia personas de un sexo particular y se consolida en la niñez o adolescencia”. “Las investigaciones realizadas –continúa la especialista– revelan que las personas transexuales no eligen su identidad de género, sino que se trata de una experiencia muy fuerte de pertenecer a un género diferente al que su aspecto físico revela, que podría tener su etiología en elementos de base biológica. Por ejemplo, un estudio realizado post mórtem con cerebros de hombres y mujeres heterosexuales y personas transexuales de hombre a mujer y de mujer a hombre (Kruijver et al., 2000) revela diferencias en algunas formaciones cerebrales. En el hombre, el volumen del núcleo límbico del área hipotalámica y el número de sus neuronas es casi el doble que en la mujer. En el caso de las personas trans, las formaciones de sus cerebros concuerdan con su identificación psicológica de género (no así con la de su anatomía al nacer). Según este estudio, esta parte del cerebro estaría involucrada en el desarrollo de la identidad de género”, concluye Aristegui.
PERFIL consultó a Jorge Horacio Raíces Montero, psicólogo de la Comunidad Homosexual Argentina, sobre las diferencias psicológicas entre travestis y transexuales: “La psicología de una travesti y la de una transexual respectivamente son entidades diferentes con peso propio. En la primera, existen personas conformes con partes de su cuerpo y una necesidad afectiva-vivencial de pertenecer a otro género. En cambio, en la identidad transexual generalmente hay un rechazo particular hacia los genitales y las mamas, y un especial rechazo por la marca biológica. En ambas identidades de género, en psicoterapia se trabaja en la construcción de la identidad a la que se dice pertenecer, ayudando en la concientización del cambio y orientando en sus modificaciones”. Además, remarcó que “la construcción de la identidad –para ambos casos– ocurre desde la infancia, por sentimientos y experiencias. Por rechazos y apetencias (lo que me gusta, lo que no), luego se expresa en la adolescencia con marcado énfasis y se sigue conformando a través del tiempo, nunca termina de conformarse totalmente ya que se modifica constantemente”.
domingo, 7 de marzo de 2010
Bibliografía para la segunda reunión: Del diagnóstico al juicio clínico.
III Congreso Argentino de Salud Mental. Buenos Aires. 27, 28 y 29 de marzo de 2008.
EL BEBÉ DELINCUENTE
COLOVINI, M. Doctor de la UNR. Psicoanalista. Investigadora y docente de las Facultades de Ciencias Médicas y Psicología de la UNR. maritecolovini@gmail.com
RESUMEN:
En Francia, existe un seguimiento de bebés a través de tablas de conducta, que permiten pronosticar futuros delincuentes.
En algunas publicaciones científicas, se señala un determinado código genético que podría considerarse patognomónico de delincuencia.
La medicalización generalizada de la vida cotidiana, apoyada por el uso y abuso que los medios de comunicación hacen de instrumentos de diagnóstico como el DSM IV, se convierte en un mecanismo de control social que induce la ampliación del concepto de peligrosidad a toda la población.
El trabajo se propone reflexionar acerca del modo en que las clasificaciones crean modos de hacer, sentir y pensar; es decir: el modo en que las clasificaciones inciden en la subjetividad.
“Por encima de todo, me interesa cómo nuevas clasificaciones de personas crean nuevas posibilidades de elección y acción, de quién o qué es uno y qué puede uno hacer; lo que las nuevas clasificaciones les hacen a las personas clasificadas, y cómo cambian por ser así clasificadas; cómo esos mismos cambios en las personas cambian nuestras teorías de las clasificaciones. Esto es lo que yo llamo un efecto de bucle. “
Entrevista a Ian Hacking, realizada por Asunción Álvarez Rodríguez, publicada en la edición digital de la revista Cuadernos de materiales en 2007.
Recientemente he disfrutado de compartir las primeras vacaciones de mi nieta Camila. Es una niñita de ocho meses, que me regala sonrisas tiernas y acapara mi atención con sus primeras gracias. Una de las noches, mientras la paseaba para que pudiera dormirse, pensé en el título de éste trabajo y esperé que pudiera leerse con la ironía que conlleva.
Me imaginé en el papel del profesional o el educador que tuviera que llenar el carnet de trastornos de conducta que la Ley de Prevención de la delincuencia, redactada por Sarkosy antes de su asunción como Presidente, propone en Francia. ¿Cómo cumplir con esa ley anotando en un “prontuario” los signos de conducta de un bebé, a sabiendas que mi anotación inscribiría a fuego la estigmatización de ese niño? ¿Qué operaciones discursivas son necesarias para suponer en un bebé a un criminal?
Me pregunto si los expertos convocados por el Instituto Nacional de Salud (Inserm) para redactar el estudio “Alteraciones mentales, diagnóstico precoz y prevención en niños”, que propone "detectar alteraciones del comportamiento en la guardería", estigmatizando como patológicos "las cóleras y los actos de desobediencia" y presentándolos como indicadores sobre una futura delincuencia, han podido reflexionar sobre las consecuencias políticas, sociales y éticas de su accionar.
De la lectura del informe, que recomiendo, voy a destacar el uso, por los expertos, de las clasificaciones diagnósticas llamadas DSMIV y CIE 10, justamente para poner de manifiesto el uso político que poseen y analizar los efectos sociales de su utilización a escala global. Es interesante remarcar que los once expertos, más los siete auditores, pertenecen a centros de investigación y de docencia universitaria de Francia y Canadá, cubriendo un amplio abanico de orientaciones y especialidades profesionales y clínicas. Para todos ellos, el Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales funcionó sin cuestionamientos como el “esperanto” que pudo aunar concepciones y criterios diagnósticos. Evidentemente, ésta es la intención que animó a los psiquiatras estadounidenses que en la década del 50 crearon ésta herramienta tan poderosa. Podemos decir que a más de medio siglo de creada, la empresa es altamente exitosa. Lo que es lamentable es relevar los efectos de su utilización.
A partir del carnet propuesto para los niños franceses, me propongo realizar una crítica del uso “globalizado” de éste instrumento: el DSM, considerando el modo en que es perfectamente funcional al control social y al biopoder, en su faz más negativa.
En un artículo aparecido en Le monde, el 03.03.06, Gérard Wajcman, psicoanalista y crítico de arte, advierte sobre el uso de las tablas sobre trastornos de conducta en bebés.
El psicoanalista reflexiona: « Sobre el pequeño niño difícil, vemos surgir la figura del bebé delincuente. En consecuencia, los expertos preconizan proceder a una investigación médica sistemática de bebés de 36 meses ».
El artículo define así, lo que llama una empresa de medicalización de la infancia, en tanto cada bebé será acompañado a lo largo de su vida y de su paso por la escolarización por un dossier donde se anotarán sus conductas y sus comportamientos.
Wajcman, alerta sobre las consecuencias de ésta medida, situando el modo en que la población aparece para la medicina como de riesgo y potencialmente peligrosa. Y concluye que se trata de un efecto de criminalización generalizada de la sociedad.
Las tablas de la que habla Wajcman, no son muy diferentes que la conocida Escala de Conners para Maestros, que en nuestro país se distribuye en escuelas públicas y privadas y permite “diagnosticar” el ADD.
Se trata de escalas o test construidos sobre la base de los criterios diagnósticos del mentado Manual DSM.
Diversas publicaciones científicas y también de divulgación, las promueven, lo que permite a padres, educadores y otros profesionales o cuidadores de niños realizar un diagnóstico que se asocia a futura delincuencia, así como a otros pronósticos y predicciones alarmantes.
Así es que proliferan los pedidos de atención para éstos niños, realizados principalmente a médicos pediatras y neurólogos infantiles o paidopsiquiatras, dado que junto a la información sobre los signos y síntomas y las predicciones sobre el futuro, se remarca la etiología neurobioquímica, y por ende el tratamiento medicamentoso .
Como vemos, a partir de un instrumento que presenta las “mejores intenciones”, se genera una cascada de efectos y prácticas sociales que convergen en la medicalización de la sociedad, lo que ya Foucault ha designado como la característica principal de la forma del Poder que denomina Biopoder.
Como diría Canguilheim: "Sin conceptos de normal y patológico el pensamiento y la actividad del médico resultan incomprensibles”.
Nosotros podemos hoy agregar que también parece que la actividad y el pensamiento del psicólogo requieren de conceptos de normal y patológico.
El concepto de normalidad es una invención de la Modernidad, que se instaura como una categoría que rige la mirada de médicos, educadores y criminólogos a partir del siglo XIX. Pero es una categoría construida desde su propia negación, esto es: desde lo anormal. Una categoría que confirma lo Uno, el reino de lo mismo e instala un control que permite expulsar, aniquilar, corregir, censurar, moralizar, domesticar todo lo que exceda sus propios límites, todo lo Otro.
Según Foucault, la fuerza clasificatoria y productiva de la normalización de la sociedad moderna se sostuvo en dos estrategias complementarias: la constitución, en el plano del discurso, del concepto de “anormal” y la medicalización de la sociedad.
Esta construcción de lo anormal produce la figura de un Otro que encarna nuestro más absoluto rechazo y temor a la incompletud, a la incongruencia, a la ambivalencia, al desorden, a la imperfección, a lo innombrable, a lo caótico.
Volviendo a las tablas mencionadas, vemos que están construidas sobre la base de una “normalidad” que presenta el supuesto de un bebé ideal, “normalizado”, adaptado, obediente. Lo que también es para señalar, es que se prevé un desarrollo, también ideal, considerado “normal” para todos los niños.
Se trata de abolir sin más la singularidad, de homogeneizar y masificar el modelo de infante, de producirlos en serie.
Lo más preocupante es que en ésta tarea se comprometen cada vez más profesionales, animados por “intenciones benéficas”, pero que permanecen ignorantes de los presupuestos ideológicos en los que fundan su práctica.
La prueba de ello es que hay en nuestro país, más de un estudio con pretensiones de cientificidad que se ha dedicado a evaluar con tablas y test a niños en escuelas públicas con la intención de acercar conclusiones epidemiológicas acerca del estado de la salud mental en los niños argentinos . Es por esto mismo que una práctica no depende de las declaraciones o intenciones iniciales de sus practicantes, sino que es preciso que se lean sus efectos para poder, a posteriori, nombrarla.
Ante la evidencia del uso del DSMIV sin ninguna crítica ni reflexión ética en la formación de médicos, psicólogos, enfermeros, psicopedagogos, musicoterapeutas, acompañantes terapéuticos, psiquiatras, educadores, etc, nos preguntamos: ¿Cuáles serán las consecuencias respecto a la salud mental?
¿Por qué este retroceso respecto al sujeto de la salud mental? ¿Por qué la instauración de evaluaciones y medidas para lo que no puede medirse? ¿Por qué el corrimiento de normas de eficacia y eficiencia que corresponden a gestiones empresariales a las prácticas y saberes que constituyen el campo de la Salud mental?
La información, la cuantificación, la visibilidad, son las tendencias de nuestra época, intentando cumplir la ilusión de una objetividad mecanicista agravada paradojalmente y “naturalmente” por la argumentación de la perfomance de la ciencia, así como intensificada activamente por su instrumentalización.
Creemos que el caso de la Ley de Prevención de la Delincuencia de Nicolás Sarkosy, nos permite reflexionar sobre el uso y el abuso de la prevención como forma de control social, así como por el funcionalismo de algunos instrumentos a las políticas de ese mismo control.
Siendo una de los más de 200.000 firmantes que ya registra el colectivo francés: “Basta de cero en conducta para los niños de tres años” , hago mía la consigna con la que culmina el Coloquio realizado en noviembre del año pasado en París y que congregó a más de mil asistentes: ¡Basta de cero en conducta para los niños de cero a tres años, para los de seis años, para los de siete a setenta y siete años!…el debate sigue abierto .
Bibliografía:
• bioeticayderechosanitario.blogspot.com/2007/02/el-comit-de-tica-francs-se-opone.html
• Appel en réponse à l’expertise INSERM sur le trouble des conduites chez l’enfant http://www.pasde0deconduite.ras.eu.org
• CANGUILHEM G, Lo normal y lo patológico Siglo XXI. 1986. México.
• CAYSSIALS, A. WISC-III Nuevas investigaciones. Normas ciudad de Buenos Aires y Conourbano. Paidós, Buenos Aires, 200
• COLOVINI, M., KOHEN, J. Epidemiología en Salud Mental. Inédito. Presentado en el VIII Congreso Argentino de Epidemiología. Rosario. 18 al 22 de octubre de 2004.
• Escala de Conners para padres. Escala de Conners para el maestro. www.deficitatencional.cl/preg2.htm - 27k -
• FOUCAULT, M. Seguridad, territorio, población. Curso en el Collage de France 1977-1978. 1ºed. Buenos Aires, Fondo de cultura económica 2006.
• LÓPEZ-IBOR ALIÑO, Juan J. & VALDÉS MIYAR, Manuel (dir.) (2002), DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Texto revisado, Barcelona: Editorial Masson. ISBN 9788445810873.
• «Trouble des conduites chez l’enfant et l’adolescent».Éditions Inserm, Septembre 2005, ISBN 2-85598-846-2
• WACQUANT, L “Las cárceles de la miseria”. Ed. Manantial. Pag. 60 y 61.
• www.lanacion.com.ar/archivo/Nota.asp?nota_id=786670- Infomr iserm
EL BEBÉ DELINCUENTE
COLOVINI, M. Doctor de la UNR. Psicoanalista. Investigadora y docente de las Facultades de Ciencias Médicas y Psicología de la UNR. maritecolovini@gmail.com
RESUMEN:
En Francia, existe un seguimiento de bebés a través de tablas de conducta, que permiten pronosticar futuros delincuentes.
En algunas publicaciones científicas, se señala un determinado código genético que podría considerarse patognomónico de delincuencia.
La medicalización generalizada de la vida cotidiana, apoyada por el uso y abuso que los medios de comunicación hacen de instrumentos de diagnóstico como el DSM IV, se convierte en un mecanismo de control social que induce la ampliación del concepto de peligrosidad a toda la población.
El trabajo se propone reflexionar acerca del modo en que las clasificaciones crean modos de hacer, sentir y pensar; es decir: el modo en que las clasificaciones inciden en la subjetividad.
“Por encima de todo, me interesa cómo nuevas clasificaciones de personas crean nuevas posibilidades de elección y acción, de quién o qué es uno y qué puede uno hacer; lo que las nuevas clasificaciones les hacen a las personas clasificadas, y cómo cambian por ser así clasificadas; cómo esos mismos cambios en las personas cambian nuestras teorías de las clasificaciones. Esto es lo que yo llamo un efecto de bucle. “
Entrevista a Ian Hacking, realizada por Asunción Álvarez Rodríguez, publicada en la edición digital de la revista Cuadernos de materiales en 2007.
Recientemente he disfrutado de compartir las primeras vacaciones de mi nieta Camila. Es una niñita de ocho meses, que me regala sonrisas tiernas y acapara mi atención con sus primeras gracias. Una de las noches, mientras la paseaba para que pudiera dormirse, pensé en el título de éste trabajo y esperé que pudiera leerse con la ironía que conlleva.
Me imaginé en el papel del profesional o el educador que tuviera que llenar el carnet de trastornos de conducta que la Ley de Prevención de la delincuencia, redactada por Sarkosy antes de su asunción como Presidente, propone en Francia. ¿Cómo cumplir con esa ley anotando en un “prontuario” los signos de conducta de un bebé, a sabiendas que mi anotación inscribiría a fuego la estigmatización de ese niño? ¿Qué operaciones discursivas son necesarias para suponer en un bebé a un criminal?
Me pregunto si los expertos convocados por el Instituto Nacional de Salud (Inserm) para redactar el estudio “Alteraciones mentales, diagnóstico precoz y prevención en niños”, que propone "detectar alteraciones del comportamiento en la guardería", estigmatizando como patológicos "las cóleras y los actos de desobediencia" y presentándolos como indicadores sobre una futura delincuencia, han podido reflexionar sobre las consecuencias políticas, sociales y éticas de su accionar.
De la lectura del informe, que recomiendo, voy a destacar el uso, por los expertos, de las clasificaciones diagnósticas llamadas DSMIV y CIE 10, justamente para poner de manifiesto el uso político que poseen y analizar los efectos sociales de su utilización a escala global. Es interesante remarcar que los once expertos, más los siete auditores, pertenecen a centros de investigación y de docencia universitaria de Francia y Canadá, cubriendo un amplio abanico de orientaciones y especialidades profesionales y clínicas. Para todos ellos, el Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales funcionó sin cuestionamientos como el “esperanto” que pudo aunar concepciones y criterios diagnósticos. Evidentemente, ésta es la intención que animó a los psiquiatras estadounidenses que en la década del 50 crearon ésta herramienta tan poderosa. Podemos decir que a más de medio siglo de creada, la empresa es altamente exitosa. Lo que es lamentable es relevar los efectos de su utilización.
A partir del carnet propuesto para los niños franceses, me propongo realizar una crítica del uso “globalizado” de éste instrumento: el DSM, considerando el modo en que es perfectamente funcional al control social y al biopoder, en su faz más negativa.
En un artículo aparecido en Le monde, el 03.03.06, Gérard Wajcman, psicoanalista y crítico de arte, advierte sobre el uso de las tablas sobre trastornos de conducta en bebés.
El psicoanalista reflexiona: « Sobre el pequeño niño difícil, vemos surgir la figura del bebé delincuente. En consecuencia, los expertos preconizan proceder a una investigación médica sistemática de bebés de 36 meses ».
El artículo define así, lo que llama una empresa de medicalización de la infancia, en tanto cada bebé será acompañado a lo largo de su vida y de su paso por la escolarización por un dossier donde se anotarán sus conductas y sus comportamientos.
Wajcman, alerta sobre las consecuencias de ésta medida, situando el modo en que la población aparece para la medicina como de riesgo y potencialmente peligrosa. Y concluye que se trata de un efecto de criminalización generalizada de la sociedad.
Las tablas de la que habla Wajcman, no son muy diferentes que la conocida Escala de Conners para Maestros, que en nuestro país se distribuye en escuelas públicas y privadas y permite “diagnosticar” el ADD.
Se trata de escalas o test construidos sobre la base de los criterios diagnósticos del mentado Manual DSM.
Diversas publicaciones científicas y también de divulgación, las promueven, lo que permite a padres, educadores y otros profesionales o cuidadores de niños realizar un diagnóstico que se asocia a futura delincuencia, así como a otros pronósticos y predicciones alarmantes.
Así es que proliferan los pedidos de atención para éstos niños, realizados principalmente a médicos pediatras y neurólogos infantiles o paidopsiquiatras, dado que junto a la información sobre los signos y síntomas y las predicciones sobre el futuro, se remarca la etiología neurobioquímica, y por ende el tratamiento medicamentoso .
Como vemos, a partir de un instrumento que presenta las “mejores intenciones”, se genera una cascada de efectos y prácticas sociales que convergen en la medicalización de la sociedad, lo que ya Foucault ha designado como la característica principal de la forma del Poder que denomina Biopoder.
Como diría Canguilheim: "Sin conceptos de normal y patológico el pensamiento y la actividad del médico resultan incomprensibles”.
Nosotros podemos hoy agregar que también parece que la actividad y el pensamiento del psicólogo requieren de conceptos de normal y patológico.
El concepto de normalidad es una invención de la Modernidad, que se instaura como una categoría que rige la mirada de médicos, educadores y criminólogos a partir del siglo XIX. Pero es una categoría construida desde su propia negación, esto es: desde lo anormal. Una categoría que confirma lo Uno, el reino de lo mismo e instala un control que permite expulsar, aniquilar, corregir, censurar, moralizar, domesticar todo lo que exceda sus propios límites, todo lo Otro.
Según Foucault, la fuerza clasificatoria y productiva de la normalización de la sociedad moderna se sostuvo en dos estrategias complementarias: la constitución, en el plano del discurso, del concepto de “anormal” y la medicalización de la sociedad.
Esta construcción de lo anormal produce la figura de un Otro que encarna nuestro más absoluto rechazo y temor a la incompletud, a la incongruencia, a la ambivalencia, al desorden, a la imperfección, a lo innombrable, a lo caótico.
Volviendo a las tablas mencionadas, vemos que están construidas sobre la base de una “normalidad” que presenta el supuesto de un bebé ideal, “normalizado”, adaptado, obediente. Lo que también es para señalar, es que se prevé un desarrollo, también ideal, considerado “normal” para todos los niños.
Se trata de abolir sin más la singularidad, de homogeneizar y masificar el modelo de infante, de producirlos en serie.
Lo más preocupante es que en ésta tarea se comprometen cada vez más profesionales, animados por “intenciones benéficas”, pero que permanecen ignorantes de los presupuestos ideológicos en los que fundan su práctica.
La prueba de ello es que hay en nuestro país, más de un estudio con pretensiones de cientificidad que se ha dedicado a evaluar con tablas y test a niños en escuelas públicas con la intención de acercar conclusiones epidemiológicas acerca del estado de la salud mental en los niños argentinos . Es por esto mismo que una práctica no depende de las declaraciones o intenciones iniciales de sus practicantes, sino que es preciso que se lean sus efectos para poder, a posteriori, nombrarla.
Ante la evidencia del uso del DSMIV sin ninguna crítica ni reflexión ética en la formación de médicos, psicólogos, enfermeros, psicopedagogos, musicoterapeutas, acompañantes terapéuticos, psiquiatras, educadores, etc, nos preguntamos: ¿Cuáles serán las consecuencias respecto a la salud mental?
¿Por qué este retroceso respecto al sujeto de la salud mental? ¿Por qué la instauración de evaluaciones y medidas para lo que no puede medirse? ¿Por qué el corrimiento de normas de eficacia y eficiencia que corresponden a gestiones empresariales a las prácticas y saberes que constituyen el campo de la Salud mental?
La información, la cuantificación, la visibilidad, son las tendencias de nuestra época, intentando cumplir la ilusión de una objetividad mecanicista agravada paradojalmente y “naturalmente” por la argumentación de la perfomance de la ciencia, así como intensificada activamente por su instrumentalización.
Creemos que el caso de la Ley de Prevención de la Delincuencia de Nicolás Sarkosy, nos permite reflexionar sobre el uso y el abuso de la prevención como forma de control social, así como por el funcionalismo de algunos instrumentos a las políticas de ese mismo control.
Siendo una de los más de 200.000 firmantes que ya registra el colectivo francés: “Basta de cero en conducta para los niños de tres años” , hago mía la consigna con la que culmina el Coloquio realizado en noviembre del año pasado en París y que congregó a más de mil asistentes: ¡Basta de cero en conducta para los niños de cero a tres años, para los de seis años, para los de siete a setenta y siete años!…el debate sigue abierto .
Bibliografía:
• bioeticayderechosanitario.blogspot.com/2007/02/el-comit-de-tica-francs-se-opone.html
• Appel en réponse à l’expertise INSERM sur le trouble des conduites chez l’enfant http://www.pasde0deconduite.ras.eu.org
• CANGUILHEM G, Lo normal y lo patológico Siglo XXI. 1986. México.
• CAYSSIALS, A. WISC-III Nuevas investigaciones. Normas ciudad de Buenos Aires y Conourbano. Paidós, Buenos Aires, 200
• COLOVINI, M., KOHEN, J. Epidemiología en Salud Mental. Inédito. Presentado en el VIII Congreso Argentino de Epidemiología. Rosario. 18 al 22 de octubre de 2004.
• Escala de Conners para padres. Escala de Conners para el maestro. www.deficitatencional.cl/preg2.htm - 27k -
• FOUCAULT, M. Seguridad, territorio, población. Curso en el Collage de France 1977-1978. 1ºed. Buenos Aires, Fondo de cultura económica 2006.
• LÓPEZ-IBOR ALIÑO, Juan J. & VALDÉS MIYAR, Manuel (dir.) (2002), DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Texto revisado, Barcelona: Editorial Masson. ISBN 9788445810873.
• «Trouble des conduites chez l’enfant et l’adolescent».Éditions Inserm, Septembre 2005, ISBN 2-85598-846-2
• WACQUANT, L “Las cárceles de la miseria”. Ed. Manantial. Pag. 60 y 61.
• www.lanacion.com.ar/archivo/Nota.asp?nota_id=786670- Infomr iserm
sábado, 6 de marzo de 2010
Primera reunión del Seminario
Con una nutrida concurrencia de jóvenes entusiasmados por el psicoanálisis y con una brillante exposición de Marcos Esnal, comenzó el Seminariuo El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás. El Movidero alojó el interés y el deseo por situar la especificidad del psicoanálisis. El GPS (Grupo Seminario Psicoanálisis) demostró su poder de convocatoria y organización y la calidez de su bienvenida. Gracias a todos por hacer de esta mañana de sábado un día a recordar. Gracias a Iván Tritten, Celeste García; Alicia Mascotti y María Laura Giraudo.
martes, 2 de marzo de 2010
Apertura del Seminario El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás.
El sábado 6 de marzo en Movidero , Velez Sarsfield 248, Rafaela, a las 10 hs. se realizará la apertura del Seminario: El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás.
La primera reunión estará a cargo de Marcos Esnal (Rosario) quien realizará la introducción al Módulo I: Hablar con el psicoanalista.
Estarán presentes también en la Apertura, algunos de los psicoanalistas que tomarán las siguientes reuniones: Alicia Mascotti, Maria Laura Giraudo; Celeste García (Rafaela) y Marité Colovini y Beto Manino (Rosario)
Informes e inscripción: Ivan Tritten (Rafaela) ivantritten@hotmail.com
Los esperamos en Movidero, sábado a las 10 !
La primera reunión estará a cargo de Marcos Esnal (Rosario) quien realizará la introducción al Módulo I: Hablar con el psicoanalista.
Estarán presentes también en la Apertura, algunos de los psicoanalistas que tomarán las siguientes reuniones: Alicia Mascotti, Maria Laura Giraudo; Celeste García (Rafaela) y Marité Colovini y Beto Manino (Rosario)
Informes e inscripción: Ivan Tritten (Rafaela) ivantritten@hotmail.com
Los esperamos en Movidero, sábado a las 10 !
El psicoanálisis, ¿ un tratamiento para enfermos mentales ? por Raquel Capurro
Raquel Capurro
Al leer el argumento que convoca a este simposio, me asaltó la pregunta que titula mi intervención. El párrafo que la disparó dice así: "¿Por qué La locura? ¿Por qué ese nombre antiguo del cual Erasmo hizo el elogio? ¿Por qué ese nombre que el diagnóstico psiquiátrico de psicosis dejó en las sombras o desplazado hacia los extremos de la histeria? Porque nos encontramos con ella en ciertos bordes, en determinados momentos de los análisis, en vicisitudes de la transferencia. Porque volver a hablar de la locura nos descentra de las nosografías psicopatológicas y nos permite abordar las atipicidades, los desencadenamientos inesperados, abriendo la posibilidad de trabajar más allá de los límites nosográficos."
Estas frases vinieron a tramarse con algo escuchado a un estimado psiquiatra en una mesa redonda en la que departíamos, en Montevideo, sobre la relación entre psiquiatría y psicoanálisis a partir de la disyunción de posiciones entre Ey y Lacan. En esa oportunidad , él formuló la pregunta que consideraba radical pues su respuesta sería indicativa de la forma de posicionarse ante la locura: "¿aceptamos, - dijo- sí o no, la existencia de las enfermedades mentales ?" Percibí en ese momento que el plural se disolvía y me remitía, en forma tajante, a la originalidad de la posición que un analista pretende sostener para con quien viene a su encuentro.
Este trabajo surgió en el punto en el que estas dos referencias se cruzaron, a su vez, con una serie de lecturas que venía efectuando de algunas intervenciones de J. Lacan, que tuvieron lugar en 1967, y que me parecieron entonces indicativas de la posición desde la cual un analista podía situar esa cuestión. ¿Por qué ese año? Simplemente como un hito en un tiempo en que para Lacan se precipitan las consecuencias de la invención del objeto a. ¿No es acaso el año de la propuesta sobre el pase, un año en el que además, en varias intervenciones públicas, aborda la cuestión de la locura?
El loco como signo
Quizá resulte llamativo que una de las primeras consideraciones que surgen de la lectura de algunos intervenciones de Lacan localizadas en el año 1967 sea la de su forma de situar, claramente, a la locura como un fenómeno que interroga al colectivo humano, y que requiere en esa dimensión muy precisa, de un análisis socio- político.
La época hacía que esa consideración fuese insoslayable. En 1967 el mundo y nuestros propios países se veían sacudidos por voluntades de cambio. Ese cambio concernía a la distribución del poder, pero cuestionaba también las elucubraciones de los saberes, sobre todo en el campo de las llamadas ciencias sociales. Resulta ejemplar de la fermentación del momento las jornadas de estudio sobre las psicosis en los niños que, en octubre de ese año se desarrollaron en París y en las que no faltaron las intervenciones de Donald Winnicott, Ronald Laing, David Cooper, Jacques Lacan y muchos más.
Al tomar la palabra para clausurar el trabajo de esos días Lacan comienza evocando la respuesta a la locura generada por el largo trabajo de H. Ey y la califica como la tarea de un "civilizador". En los hospitales franceses el órgano-dinamismo impulsado por Ey habría cumplido esa función. ¿Cómo ? Situando al fenómeno de la locura como la enfermedad de la libertad humana, la desorganización de la conciencia. El hombre civilizado, el médico, luchará, con distintos medios en contra de la locura, por la libertad y por la conciencia. La libertad será su bandera, su ideología, su arma. Los ingleses, allí presentes -constata Lacan- también han liderado un movimiento, llamado "antipsiquiatría", enarbolando la misma bandera, sólo que la han arrancado al hombre "normal" para dársela al loco. Con unos y otros Lacan acuerda, de modo sesgado, en un punto que enuncia así: "La psicosis es la verdad de todo lo que verbalmente se agita bajo esa bandera (de la libertad)". Luego comienza a esbozar ese sesgo que hará explícita la diferencia de su posición con unos y otros.
El punto de acuerdo concierne a la articulación misma de la locura con la vida humana: sí, la locura es un aspecto ineludible de lo humano. Pero, Lacan excluye situarla en términos de enfermedad mental, y dirigiéndose a quien así la considera, revierte la posición enunciativa al indicar que allí está el lugar en donde se presentifica para el hombre que se dice civilizado -el psiquiatra de la escuela de H Ey- una verdad que le concierne. "La verdad de la libertad proclamada aparece en el lugar del Otro". Bajo el rostro de la locura, allí, tua res agitur, allí está tu asunto. Esta no es una consideración aislada por parte de Lacan, todo lo contrario. El ya había colocado el asunto de la locura en ese nivel en el coloquio de 1946 convocado por H. Ey en Bonneval y en el que intervino con Propósitos sobre la causalidad psíquica. Veinte años después retoma sus propias palabras: "Lejos de que la locura sea la falla contingente a las fragilidades del organismo, ella es la virtualidad permanente de una falla abierta en su esencia. Lejos de ser -como opina Ey- un insulto a su libertad ella es su fiel compañera, sigue su movimiento como una sombra".
La locura, pues, se situaría entonces como una virtualidad de la estructura humana que, el discurso engolado del yo puede desconocer: se desconoce en el decir del loco y en su loco decir y esto concierne a quien más de cerca pretende tratarla. "Es preciso hacer la historia de la otra forma de la locura - escribía M. Foucault- por la cual, con el gesto de la razón soberana capaz de encerrar al vecino, se comunican y reconocen a través del lenguaje degradado de la no-locura. Sin duda hay diferentes formas de responder y de ignorar a ese signo viviente que es el loco y su palabra".
La otra consideración de Lacan se dirige a los ingleses que allí lideran a la antipsiquiatría y, críticamente, les señala que "esa perspectiva se queda corta, es decir que esa libertad así suscitada -la del loco- (…) conlleva su propio límite y su engaño". ¿Cual engaño? Eleven un poco la mira, parece decirnos Lacan, y verán Uds cómo los progresos de la ciencia están poniendo en cuestión todas las estructuras sociales en las que vivimos y están acentuando como efecto típico de los juegos del poder las diversas modalidades de la segregación. En un momento en el que "los hombres se comprometen con un tiempo llamado planetario, en el que se enteran de algo que surge al destruirse un antiguo orden social" (…) "la pregunta de los imperialismos es la siguiente: ¿cómo hacer para que las masas humanas, destinadas a un mismo espacio, no sólo geográfico, sino incluso familiar, permanezcan separadas?" Se trataría pues para Lacan de situar la cuestión más allá de la psiquiatría y de su "anti", y de prestar atención a las nuevas estrategias del poder en el reordenamiento de la vida social. ¿Qué trato recibe ahí la locura ?
Del ordenamiento actual del mundo un efecto se impone: la segregación creciente que se pone de manifiesto, por ejemplo a través de las burocracias que rigen los movimientos migratorios. En un mundo en que las oleadas humanas buscan desplazarse para solucionar los desequilibrios económicos de una globalización padecida, las normas segregativas acentúan los desequilibrios sociales: segregación de clases, de razas, de diversidades sexuales, de los decires incomprensibles que empujan a menudo al lugar del desecho social. Ese cauce in-humano de la segregación no es ajeno a las formas en que aparece hoy la locura
Destacar este efecto de la segregación para conectarlo con la locura como uno de los precios del llamado progreso, es un rasgo reiterado de las intervenciones de Lacan en ese año 1967. Por ejemplo, volverá a insistir en él en la Propuesta del 9 de octubre, y dos días después en una intervención en el servicio de psiquiatría del Dr. Daumézon en donde explicita aún más esa idea: " (…) los progresos de la civilización universal se traducirán no sólo por cierto malestar como ya Freud se dio cuenta, sino por una práctica que Uds. verán volverse cada vez más frecuente, que no mostrará enseguida su verdadero rostro, pero que tiene un nombre y que se lo transforme o no querrá decir lo mismo y eso va a ocurrir: la segregación".
Lacan avanza haciendo suya la perspectiva de alguien que lo precediera en el uso de la palabra y lo recalca diciendo: "No hay que descuidar aquí la perspectiva desde la cual Oury recién formulaba…" Y retoma entonces el discurso de Jean Oury, ese Jean Oury, que en 1953, en una disputa histórica resolvió irse de la clínica de Saumery acompañado por sus pacientes, y que luego de andar por las carreteras de Francia llegó, al castillo de La Borde, en medio de los bosques, y se instaló para fundar su clínica. Y bien Oury habría dicho, en esa jornada, y Lacan lo hace suyo, "que en el interior del colectivo humano, el psicótico esencialmente se presenta como un signo, un signo en impasse de aquello que legitima la referencia a la libertad".
Un signo representa algo para alguien pero en este caso, se trataría de un signo en impasse, que no pasa pues como tal, que no es recibido por la colectividad a la que pertenece el hablante, y que además, en consecuencia, es un signo sin retorno, que tampoco le significa nada para sí mismo al que lo encarna.
¿Por qué un signo, ese signo deja de significar ? ¿Cual es el impasse? No puede reducirse el análisis de esa in-significancia a los efectos del poder, más bien hemos de considerar cómo estos se han de tramar con las estructuras de significación de los saberes circulantes. En ellos ¿la subjetividad del loco, o más aún, su existir no tienen otra cabida que la del lugar que ocupan en el registro que la psiquiatría, como enfermos mentales? ¿Esa es su significación para el colectivo humano? ¿Esa es toda la lectura y respuesta posible? Examinemos en esa dirección, sirviéndonos del señalamiento de M. Foucault acerca de que todo poder implica una producción de saber que en algún lado dice una verdad y distingamos: ¿Cuales son los poderes, sí, que de algún modo producen la segregación del loco? pero sobre todo, ¿bajo qué formas justificativas ciertos saberes producen, históricamente, esa in-significancia de su palabra.
Propongo distinguir dos momentos en el análisis de esta cuestión: uno en el período en que empalman el siglo XIX y el XX, y el otro, en el momento actual. Estos dos momentos están en estrecha relación con el psicoanálisis.
En la invención del psicoanalisis: impasse sobre la locura
En el momento de su invención, el psicoanálisis se encontró implicado, en forma compleja, en las elaboraciones de la psiquiatría y de la sexología de su época. De algún modo, durante más de cincuenta años, se tramaron así saberes de distinto orden.
Cómo lo han destacado los múltiples análisis de Michel Foucault, un lento movimiento re- acomodó durante los siglos XVIII y XIX a las sociedades que emergieron del Antiguo Régimen. La caída de los soportes legales requirieron de nuevos saberes que viniera a legitimar la nueva distribución de poderes. Se trataba de instaurar un orden social y se debía discriminar con otros parámetros en la masa de pobres, locos y criminales. Era necesario dar continuidad al gesto de Pinel. Surge por este sesgo la figura del alienista y, en particular, del perito cuyo funcionamiento, se sitúa en el punto de cruce entre lo penal y lo médico, en el discernimiento que, al separar responsabilidad y locura, despojó al loco de su acto.
Ante la pobreza de medios en que la locura sume al otro, la nomenclatura se presentó como herramienta privilegiada, la de al menos dar un nombre a la cosa. Lacan rescata esa producción de saber mediante la cual el alienista cede el paso al psiquiatra, quien a su vez se fue distinguiendo del neurólogo, en ese tiempo en que las enfermedades "nerviosas" se separaron de las neurológicas para constituir el eje de las neurosis, mientras los otros ejes, psicosis y perversión, se articulaban en una construcción que tiene la solidez racional de la modernidad que de algún modo representan.
La razón gusta de las clasificaciones aunque estas sean como aquellas de la Enciclopedia china que cita Borges y a la que responde la carcajada de Foucault al comienzo de Las palabras y las cosas. La psiquiatría del siglo XIX conoció la pasión del entomólogo de cuya aplicación resultó la discriminación fenomenológica de distintas formas de la alienación, de sus síntomas, operación mediante la cual la figura del loco dio paso a la de los enfermos mentales. El signo pasó a codificarse en los cuadros clínicos que permitíeron establecer las semiologías de las enfermedades mentales e inscribirlas como un nuevo capítulo de la medicina. Por esa vía el siglo XIX produjo un saber sobre la locura como enfermedad sin sujeto, que dejó como desecho al sujeto de la enunciación, al loco mismo como sujeto por su palabra.
En ese tiempo ¿cómo se ubicó ante el loco el psicoanálisis naciente? ¿Como acogieron los psicoanalistas ese signo viviente que es el loco ? Empezamos hoy a saber mejor cómo la invención freudiana estuvo inmersa en esta pasión clasificatoria de las enfermedades mentales y de la locura, baste recordar las huellas que una nosografía aún vacilante deja en la lectura que Freud hace de Schreber o en las discusiones con Bleuler, vía Jung, acerca del término de esquizofrenia. Pero, sin duda, su invención significó también y en primer lugar, una ruptura con la racionalidad que sostenía la división entre los normales y los anormales, y con la naturaleza misma del saber en juego.
Sin embargo, es conocido por todos la dificultad de Freud en el trato con los llamados psicóticos. A la vez que recibía en su consulta a muchos de ellos no dejaba de experimentar allí un importante bloqueo que entendió como un obstáculo, inherente al otro, respecto a la transferencia. Por lo tanto, si consideramos a la teoría como una cierta elucubración de saber que arranca con Freud, en posición de inventor de un nuevo método, no podemos obviar interrogar de que modo la teorización de ese obstáculo se transformó en una franca objeción teórica al tratamiento de los psicóticos mediante el análisis. Es decir, de qué modo la teorización de la transferencia llevó a establecer esa línea de la segregación.
No obstante ello, vale recordar que. en la misma época, Ferenczi, Federn, Abraham y muy pronto Melanie Klein se aventuraron en ese terreno sin balizar, y, no dando consistencia a la dificultad freudiana, buscaron forjar nuevas herramientas para instaurar con el llamado psicótico algún juego de lenguaje posible, ya que de eso se trataba para que el signo dejase de estar en impasse.
En todo caso el trato que el psicoanálisis hubiera podido dar a la locura, como un trato diferente al de la medicina, estuvo en ese momento seriamente afectado. Teóricamente y en buena medida también en la práctica, el loco como enfermo mental fue, a partir de entonces, un signo codificado por la psiquiatría, y en impasse de tratamiento posible para el psicoanálisis: se quería entender su modo de funcionamiento, sin encontrar como funcionar con él. Los saberes que abrían camino también hacían obstáculo.
Otro aspecto ha de ser subrayado, por su incidencia aún actual, de aquella trama del saber de la psiquiatría con en el psicoanálisis naciente. Se hace hoy imprescindible caer en la cuenta de cómo la absoluta novedad de los planteos freudianos sobre la sexualidad en su dimensión pulsional, tal como aparece en los Tres ensayos…, quedó supeditada a una teoría desarrollista que por la vía del complejo de Edipo hizo suya las prerrogativas supuestamente ideales de la heterosexualidad. Los vaivenes de Freud en la teorización de la llamada homosexualidad, su relación supuesta con la paranoia, la homogeneización de las diferencias entre paranoia femenina y masculina, son algunos de los muchos elementos que invitan hoy a cuestionar esa pauta normalizante en un momento además en que la misma psiquiatría deja caer buena parte de las teorizaciones anteriores y se da una nueva caja de herramientas. Se trata para el psicoanálisis de discernir los peajes que Freud pagó a su época. La caída del órgano-dinamismo ¿no señala la irreversible disyunción que podría operarse entre psiquiatría y psicoanálisis? Si así fuera, cobra entonces nueva pertinencia la pregunta que Lacan lanza en 1967: "¿Cómo vamos a responder, los psicoanalistas, a esa segregación puesta al orden del día por una subversión sin precedentes ?" ¿Cual es la respuesta pertinente de un psicoanalista a alguien llamado (por otro saber) un enfermo mental y que, a veces, incluso se presenta bajo ese nombre, por ejemplo, " el esquizo", como escribe Louis Wolfson de sí mismo?
Desafíos en el impasse actual
En 1967 Lacan considera que el psicoanálisis está atravesando una crisis: la de una instalación en connivencia con ciertos poderes que le asignan con beneplácito también cierto lugar social.
"Se podría decir que estamos en un momento de crisis; en el psicoanálisis, en Francia, es el momento de una puesta en su lugar de un cierto dispositivo que debería regular en el futuro el estatuto de los psicoanalistas; todo eso acompañado de grandes promesas electoral. El estatuto de los psicoanalistas, según la opinión de Fulano de tal, debiera acompañarse de todo tipo de sanciones, bendiciones y especialmente médicas. (…) En ese caos me encontré con cierto número de otros sobre una balsa. Durante diez años, se ha vivido con los medios de a bordo, no se estaba carente en forma absoluta de recursos, no se era un cualquiera Y allí dentro ocurrió que lo que yo tenía que decir sobre el psicoanálisis tomase cierto alcance (...)"
¿Qué razón da para esta advertencia respecto a los riesgos de los presuntos éxitos sociales que puede lograr aquí o allá el psicoanálisis ? En vez de razones, preguntas: "En primer lugar el psicoanálisis ¿es pura y simplemente una terapéutica ?¿ un medicamento ?¿ un emplasto?, un polvillo de pirlimpinpin ¿todo eso que cura ?¿Por qué no? Sólo y porque el psicoanálisis no es en absoluto eso. Y habría que confesar que si fuese eso, uno se preguntaría verdaderamente por qué sería eso lo que uno se impondría ya que de todos los emplastos este es uno de los más fastidiosos de soportar. Después de todo si hay gente que se compromete en ese asunto infernal que consiste en ir a ver a un tipo tres veces pos semana y durante años, con todo eso ha de tener cierto interés…"
La respuesta toca pues a un punto esencial que pone en evidencia que en nuestro mundo "la función del analista no va de suyo. Justamente, no va sobre ruedas ni el darle un estatuto, o costumbres, o referencias y precisamente también un lugar en el mundo." Esta dificultad hace a que su lugar se revela como el de una atopía. El psicoanálisis para sostener su especificidad ha de "conservar una posición muy suya que llamé a veces con el nombre que merece, extra-territorial".
El saber de las substancias.
Que ciertas substancias tengan efectos sobre el cerebro y sobre la psiquis es una muy antigua experiencia. El opio, la coca, la canabis, etc. han sido sustancias con las que los seres humanos han buscado y buscan modificar sus estados psíquicos. Sin embargo, los medicamentos psicotropos son bastante más recientes y, en los últimos cincuenta años, ellos han conocido, de la mano de la bioquímica y de la industria farmacológica, un éxito ascendente.
Sus resultados son en buena medida determinantes de las nuevas clasificaciones fenomenológicas, las del DSM (III o IV) por ejemplo, clasificaciones que buscan globalizar, estandandarizar, universalizar, pasar el rasero a la diversidad mediante un afinado instrumento de una clínica ordenada a una terapéutica gobernada prioritariamente por el saber de las sustancias. No sólo ellas sin embargo, ya que en el horizonte se perfila otro saber: el de la genética humana, con promesas cuyo ideal sería el de localizar los determinismos de las enfermedades mentales para actuar sobre ellos. Sueño humano de eliminar a la locura, "su fiel compañera".
El surgimiento de la cloropromacina marcó el paso a una medicalización efectiva de los síntomas delirantes y determinó el irresistible ascenso de ese saber sobre los efectos psíquicos de las substancias. Así, al comienzo de los sesenta, nuevos medicamentos se fueron añadiendo como un elemento más en la caja de herramientas que se había forjado antes. Estos nuevos "recursos" ¿podían eximir de examen al campo conceptual forjado hasta entonces ? Más bien los hechos mostraron que llevaron a producir la crisis de la llamada psiquiatría dinámica y con ella a una cierta forma de amalgamar al quehacer psiquiátrico con el psicoanalítico
Hoy asistimos a una cierta euforia de la psiquiatría llamada biológica, circunstancial triunfo de un encare predominantemente pragmático y medicamentoso en el trato de la llamada enfermedad mental. La locura parece haber ganado a los practicantes de la investigación biológica y genética que esperan dominarla, o al menos así se mediatizan sus apuestas bioquímicas. Arreglo con substancias- buenas- prescritas y no proscritas. La teriaca, o sea el justo uso de una sustancia para que sus efectos sean benéficos y no venenosos, llega de manos de la bioquímica, como el ofrecimiento que la vía médica, llamada científica, ofrece hoy al trato de la locura.
El impasse del signo viviente, que es tal y cual loco, tal y cual de los llamados enfermos mentales, persiste e insiste para esta perspectiva de la psiquiatría, el punto a tratar no es para ella la subjetividad del loco sino su enfermedad mental. Vía pues el pharmacon, el alcance real de las palabras que ocurren entre el llamado loco y otro- su analista por ejemplo, son desestimables; no pueden valorarse en la dimensión de un alcance efectivo que puedan tener para el llamado enfermo mental. Para el médico así posicionado la medicina recubre el tratamiento de la locura.
Sin duda esto exige del psicoanálisis revisar su propia situación y situar vigorosamente su propuesta, su posición, ante los llamados enfermos mentales.
Bajo ese sesgo Lacan aparece continuamente, desde 1946, por no decir desde su tesis en 1932, circunscribiendo el particular lugar del psicoanálisis en su aproximación a la locura. Este movimiento de Lacan se inscribe como un esfuerzo permanente por situar la subjetividad del llamado psicótico en su particularidad, sí, pero antes que nada como alguien a quien lo aqueja algo que ha de ser pensado en la teorización unitaria de una práctica que concierne la relación de cualquier sujeto, hablante, con los motores de su vida erótica. Piénsese por ejemplo cuando señala en la rigurosidad el rasgo común de su trabajo con el del psicótico, o cuando subraya a la normalidad como rasgo no diferencial: "El neurótico es el normal en tanto que para él el Otro tiene toda su importancia. El perverso es el normal en tanto que para él el falo -gran F - (…) tiene toda su importancia. Para el psicótico el cuerpo propio, a distinguir en su lugar respecto a la estructuración del deseo, el cuerpo propio tiene toda su importancia. Y no son estas sino fases donde algo se manifiesta de ese elemento paradójico que voy a intentar articular para Uds. al nivel del deseo.
Intervenciones estas que, como pinceladas, tocan los ejes del corpus doctrinal en puntos neurálgicos por las certezas que allí operaban y que cerraban las posibilidades para que, mediante la plasticidad del método analítico, pudieran sus practicantes generar otra acogida a diversas subjetividades. En esa compleja tarea de abrir un camino al decir de la locura dos aspectos ligados entre sí particularizan - a mi parecer- el camino abierto por Lacan en esos textos de 1967. Esos aspectos conciernen a quien se hace destinatario del signo viviente y que a partir de allí, permitiéndole a éste (al signo, pues) deshacerse como tal, da lugar a la palabra de un sujeto, para buscar con él, en el espacio común, las posibles vías para tratar la extrema singularidad de la experiencia que se acepta compartir.
El primer aspecto concierne a cierta posición subjetiva respecto al saber mismo. Posición paradójica pues se trata de poder no saber. En una conferencia reciente Jean Allouch señalaba, como rasgo común identificatorio (einziger Zug) entre Lacan y Freud, una peculiar manera de dejar de lado, en la escucha del otro, al saber que construían. "Si hay algo de lo que no me burlo, algo que regulaba a Lacan en su relación con la locura (esta posición no es sin embargo excepcional, sino relativa) es algo que lo habitaba del comienzo al final, digamos desde Marguerite Anzieu a James Joyce, era algo que, permítanme decirlo ,yo había escuchado en el rumor Lacan, a saber que en su práctica, sabía no saber. Con mayor precisión todavía, y sus seminarios y presentaciones de enfermos atestiguan de ello, sabía no saber lo que Lacan pensaba. Sabía justamente, cuando eso se imponía, despreocuparse de Lacan. Ese nos parece el rasgo (einziger Zug) perfectamente ubicable también en Freud, mediante el cual podía, legítimamente, reivindicarse freudiano".
En 1967, Lacan insiste en este rasgo. En el llamado Pequeño discurso a los psiquiatras, por ejemplo, ese aspecto se liga también a otro que conviene igualmente destacar. En el encuentro con el loco Lacan subraya la aparición de la angustia, y con la angustia, en su horizonte, el objeto faltante. El objeto a. En la Apertura de la sección clínica Lacan insiste en que la erótica del psicótico también está regida por dicho objeto.
Particularicemos. La voz es una de las formas del objeto a. Quizá nuestra época pudiera favorecernos en una cierta manera de situarnos ante las llamadas alucinaciones verbales o acústico-verbales "El hecho que se borren las fronteras, las jerarquías, los grados, las funciones reales y otras, aunque sea bajo formas atenuadas, toma cada vez más otro sentido : el de someterse a las transformaciones de la ciencia que cada vez domina más nuestra vida cotidiana y hasta la incidencia de nuestros objetos a. No puedo quedarme en eso ahora pero si, de ese progreso de la ciencia hay un fruto tangible y cotidiano que pueden palpar cada día es que los objetos a cabalgan por cualquier lado, aislados, solos y siempre prestos a captarnos en la primera vuelta No hago alusión a nada que no sea la existencia de los medios de masas, es decir esas miradas errantes esas voces alocadas de las que se verán cada vez más rodeados, como de un destino natural- sin que tengan otro soporte que aquello que interesa al sujeto de la ciencia que las vuelca en vuestros ojos y oídos".
En la conferencia llamada "Mardi du vinatier", Lacan señala lo siguiente: "Actualmente se podría describir de modo totalmente diferente a la alucinación, alcanzaría con ser verdaderamente psicoanalista, pero no se lo es. No se lo es en la medida exacta en que uno permanece a la noble distancia de lo que aún se nombra, aún siendo psicoanalista, como un enfermo mental".
Entonces, ante las voces que el otro "escucha", ante esa transferencia que soporta muchas veces como abrumadora intrusión, ¿cual es la posición requerida al analista?: "La finalidad de mi enseñanza sería la de hacer psicoanalistas a la altura de esa función que se llama el sujeto, porque sólo a partir de allí, sólo desde ese punto de vista se ve bien de lo que se trata cuando de psicosis se trata."
La posición ante el saber no-saber y la manera de percibir la función de la angustia determinan la posición del analista. Hay aquí como una división de aguas: Lacan opone esa posición a lo que llama "pendiente psiquiátrica" y que describe como "las murallas, las nuevas murallas que colocan al otro mucho más como un objeto de estudio que como punto de interrogación respecto a un sujeto y de lo que sitúa a ese sujeto respecto a lo que calificamos como objeto extraño, parásito, la voz"
En el seminario sobre La angustia Lacan señala que el analista debe elevar su mira para poder sortear la tentación de aplicar un saber y dejarse en libertad para que, en el encuentro con el otro, de modo artesanal, algo nuevo se produzca. ¿La novedad que aporta el psicoanálisis? ¿No será para el psicótico, como para cualquier hablante, el constatar que la experiencia analítica no está en primer lugar ordenada a sanarlo de su enfermedad, sino a permitirle acceder a cierta verdad de su subjetividad? ¿a una subjetivación nueva ?
En las Jornadas sobre la psicosis infantil Lacan se asombraba: "Nada tan señalable como lo raro que han sido en los discursos de estos dos días, el recurso a uno de esos términos que puede llamarse relación sexual, inconsciente, goce.(…) Nunca fue algo directamente articulado. ¿Estaremos a la altura de aquello que, por la subversión freudiana, estamos llamados a sostener, el ser-para.el-sexo?".
Señalemos el sutil juego al que Lacan llama a continuación: el de discernir la relación del sujeto con el objeto, como forma de no caer en la impotencia clínica, que operaría un nuevo encierro de la subjetividad del llamado psicótico en alguna de las caracterizaciones nosológicas que parecen ordenar y tranquilizar al pensamiento sobre la locura. No deja de abrirse aquí una disyunción: una de dos, o bien prima la relación del sujeto al objeto en su particularidad erótica y se perturba lo que un buen neologismo dio en llamar "pernepsi" , o se diluye la singularidad de esa conexión en un neo-saber esencialisante sobre las estructuras psicopatológicas al modo como cierta doxa lacaniana ha intentado validar.
Al leer el argumento que convoca a este simposio, me asaltó la pregunta que titula mi intervención. El párrafo que la disparó dice así: "¿Por qué La locura? ¿Por qué ese nombre antiguo del cual Erasmo hizo el elogio? ¿Por qué ese nombre que el diagnóstico psiquiátrico de psicosis dejó en las sombras o desplazado hacia los extremos de la histeria? Porque nos encontramos con ella en ciertos bordes, en determinados momentos de los análisis, en vicisitudes de la transferencia. Porque volver a hablar de la locura nos descentra de las nosografías psicopatológicas y nos permite abordar las atipicidades, los desencadenamientos inesperados, abriendo la posibilidad de trabajar más allá de los límites nosográficos."
Estas frases vinieron a tramarse con algo escuchado a un estimado psiquiatra en una mesa redonda en la que departíamos, en Montevideo, sobre la relación entre psiquiatría y psicoanálisis a partir de la disyunción de posiciones entre Ey y Lacan. En esa oportunidad , él formuló la pregunta que consideraba radical pues su respuesta sería indicativa de la forma de posicionarse ante la locura: "¿aceptamos, - dijo- sí o no, la existencia de las enfermedades mentales ?" Percibí en ese momento que el plural se disolvía y me remitía, en forma tajante, a la originalidad de la posición que un analista pretende sostener para con quien viene a su encuentro.
Este trabajo surgió en el punto en el que estas dos referencias se cruzaron, a su vez, con una serie de lecturas que venía efectuando de algunas intervenciones de J. Lacan, que tuvieron lugar en 1967, y que me parecieron entonces indicativas de la posición desde la cual un analista podía situar esa cuestión. ¿Por qué ese año? Simplemente como un hito en un tiempo en que para Lacan se precipitan las consecuencias de la invención del objeto a. ¿No es acaso el año de la propuesta sobre el pase, un año en el que además, en varias intervenciones públicas, aborda la cuestión de la locura?
El loco como signo
Quizá resulte llamativo que una de las primeras consideraciones que surgen de la lectura de algunos intervenciones de Lacan localizadas en el año 1967 sea la de su forma de situar, claramente, a la locura como un fenómeno que interroga al colectivo humano, y que requiere en esa dimensión muy precisa, de un análisis socio- político.
La época hacía que esa consideración fuese insoslayable. En 1967 el mundo y nuestros propios países se veían sacudidos por voluntades de cambio. Ese cambio concernía a la distribución del poder, pero cuestionaba también las elucubraciones de los saberes, sobre todo en el campo de las llamadas ciencias sociales. Resulta ejemplar de la fermentación del momento las jornadas de estudio sobre las psicosis en los niños que, en octubre de ese año se desarrollaron en París y en las que no faltaron las intervenciones de Donald Winnicott, Ronald Laing, David Cooper, Jacques Lacan y muchos más.
Al tomar la palabra para clausurar el trabajo de esos días Lacan comienza evocando la respuesta a la locura generada por el largo trabajo de H. Ey y la califica como la tarea de un "civilizador". En los hospitales franceses el órgano-dinamismo impulsado por Ey habría cumplido esa función. ¿Cómo ? Situando al fenómeno de la locura como la enfermedad de la libertad humana, la desorganización de la conciencia. El hombre civilizado, el médico, luchará, con distintos medios en contra de la locura, por la libertad y por la conciencia. La libertad será su bandera, su ideología, su arma. Los ingleses, allí presentes -constata Lacan- también han liderado un movimiento, llamado "antipsiquiatría", enarbolando la misma bandera, sólo que la han arrancado al hombre "normal" para dársela al loco. Con unos y otros Lacan acuerda, de modo sesgado, en un punto que enuncia así: "La psicosis es la verdad de todo lo que verbalmente se agita bajo esa bandera (de la libertad)". Luego comienza a esbozar ese sesgo que hará explícita la diferencia de su posición con unos y otros.
El punto de acuerdo concierne a la articulación misma de la locura con la vida humana: sí, la locura es un aspecto ineludible de lo humano. Pero, Lacan excluye situarla en términos de enfermedad mental, y dirigiéndose a quien así la considera, revierte la posición enunciativa al indicar que allí está el lugar en donde se presentifica para el hombre que se dice civilizado -el psiquiatra de la escuela de H Ey- una verdad que le concierne. "La verdad de la libertad proclamada aparece en el lugar del Otro". Bajo el rostro de la locura, allí, tua res agitur, allí está tu asunto. Esta no es una consideración aislada por parte de Lacan, todo lo contrario. El ya había colocado el asunto de la locura en ese nivel en el coloquio de 1946 convocado por H. Ey en Bonneval y en el que intervino con Propósitos sobre la causalidad psíquica. Veinte años después retoma sus propias palabras: "Lejos de que la locura sea la falla contingente a las fragilidades del organismo, ella es la virtualidad permanente de una falla abierta en su esencia. Lejos de ser -como opina Ey- un insulto a su libertad ella es su fiel compañera, sigue su movimiento como una sombra".
La locura, pues, se situaría entonces como una virtualidad de la estructura humana que, el discurso engolado del yo puede desconocer: se desconoce en el decir del loco y en su loco decir y esto concierne a quien más de cerca pretende tratarla. "Es preciso hacer la historia de la otra forma de la locura - escribía M. Foucault- por la cual, con el gesto de la razón soberana capaz de encerrar al vecino, se comunican y reconocen a través del lenguaje degradado de la no-locura. Sin duda hay diferentes formas de responder y de ignorar a ese signo viviente que es el loco y su palabra".
La otra consideración de Lacan se dirige a los ingleses que allí lideran a la antipsiquiatría y, críticamente, les señala que "esa perspectiva se queda corta, es decir que esa libertad así suscitada -la del loco- (…) conlleva su propio límite y su engaño". ¿Cual engaño? Eleven un poco la mira, parece decirnos Lacan, y verán Uds cómo los progresos de la ciencia están poniendo en cuestión todas las estructuras sociales en las que vivimos y están acentuando como efecto típico de los juegos del poder las diversas modalidades de la segregación. En un momento en el que "los hombres se comprometen con un tiempo llamado planetario, en el que se enteran de algo que surge al destruirse un antiguo orden social" (…) "la pregunta de los imperialismos es la siguiente: ¿cómo hacer para que las masas humanas, destinadas a un mismo espacio, no sólo geográfico, sino incluso familiar, permanezcan separadas?" Se trataría pues para Lacan de situar la cuestión más allá de la psiquiatría y de su "anti", y de prestar atención a las nuevas estrategias del poder en el reordenamiento de la vida social. ¿Qué trato recibe ahí la locura ?
Del ordenamiento actual del mundo un efecto se impone: la segregación creciente que se pone de manifiesto, por ejemplo a través de las burocracias que rigen los movimientos migratorios. En un mundo en que las oleadas humanas buscan desplazarse para solucionar los desequilibrios económicos de una globalización padecida, las normas segregativas acentúan los desequilibrios sociales: segregación de clases, de razas, de diversidades sexuales, de los decires incomprensibles que empujan a menudo al lugar del desecho social. Ese cauce in-humano de la segregación no es ajeno a las formas en que aparece hoy la locura
Destacar este efecto de la segregación para conectarlo con la locura como uno de los precios del llamado progreso, es un rasgo reiterado de las intervenciones de Lacan en ese año 1967. Por ejemplo, volverá a insistir en él en la Propuesta del 9 de octubre, y dos días después en una intervención en el servicio de psiquiatría del Dr. Daumézon en donde explicita aún más esa idea: " (…) los progresos de la civilización universal se traducirán no sólo por cierto malestar como ya Freud se dio cuenta, sino por una práctica que Uds. verán volverse cada vez más frecuente, que no mostrará enseguida su verdadero rostro, pero que tiene un nombre y que se lo transforme o no querrá decir lo mismo y eso va a ocurrir: la segregación".
Lacan avanza haciendo suya la perspectiva de alguien que lo precediera en el uso de la palabra y lo recalca diciendo: "No hay que descuidar aquí la perspectiva desde la cual Oury recién formulaba…" Y retoma entonces el discurso de Jean Oury, ese Jean Oury, que en 1953, en una disputa histórica resolvió irse de la clínica de Saumery acompañado por sus pacientes, y que luego de andar por las carreteras de Francia llegó, al castillo de La Borde, en medio de los bosques, y se instaló para fundar su clínica. Y bien Oury habría dicho, en esa jornada, y Lacan lo hace suyo, "que en el interior del colectivo humano, el psicótico esencialmente se presenta como un signo, un signo en impasse de aquello que legitima la referencia a la libertad".
Un signo representa algo para alguien pero en este caso, se trataría de un signo en impasse, que no pasa pues como tal, que no es recibido por la colectividad a la que pertenece el hablante, y que además, en consecuencia, es un signo sin retorno, que tampoco le significa nada para sí mismo al que lo encarna.
¿Por qué un signo, ese signo deja de significar ? ¿Cual es el impasse? No puede reducirse el análisis de esa in-significancia a los efectos del poder, más bien hemos de considerar cómo estos se han de tramar con las estructuras de significación de los saberes circulantes. En ellos ¿la subjetividad del loco, o más aún, su existir no tienen otra cabida que la del lugar que ocupan en el registro que la psiquiatría, como enfermos mentales? ¿Esa es su significación para el colectivo humano? ¿Esa es toda la lectura y respuesta posible? Examinemos en esa dirección, sirviéndonos del señalamiento de M. Foucault acerca de que todo poder implica una producción de saber que en algún lado dice una verdad y distingamos: ¿Cuales son los poderes, sí, que de algún modo producen la segregación del loco? pero sobre todo, ¿bajo qué formas justificativas ciertos saberes producen, históricamente, esa in-significancia de su palabra.
Propongo distinguir dos momentos en el análisis de esta cuestión: uno en el período en que empalman el siglo XIX y el XX, y el otro, en el momento actual. Estos dos momentos están en estrecha relación con el psicoanálisis.
En la invención del psicoanalisis: impasse sobre la locura
En el momento de su invención, el psicoanálisis se encontró implicado, en forma compleja, en las elaboraciones de la psiquiatría y de la sexología de su época. De algún modo, durante más de cincuenta años, se tramaron así saberes de distinto orden.
Cómo lo han destacado los múltiples análisis de Michel Foucault, un lento movimiento re- acomodó durante los siglos XVIII y XIX a las sociedades que emergieron del Antiguo Régimen. La caída de los soportes legales requirieron de nuevos saberes que viniera a legitimar la nueva distribución de poderes. Se trataba de instaurar un orden social y se debía discriminar con otros parámetros en la masa de pobres, locos y criminales. Era necesario dar continuidad al gesto de Pinel. Surge por este sesgo la figura del alienista y, en particular, del perito cuyo funcionamiento, se sitúa en el punto de cruce entre lo penal y lo médico, en el discernimiento que, al separar responsabilidad y locura, despojó al loco de su acto.
Ante la pobreza de medios en que la locura sume al otro, la nomenclatura se presentó como herramienta privilegiada, la de al menos dar un nombre a la cosa. Lacan rescata esa producción de saber mediante la cual el alienista cede el paso al psiquiatra, quien a su vez se fue distinguiendo del neurólogo, en ese tiempo en que las enfermedades "nerviosas" se separaron de las neurológicas para constituir el eje de las neurosis, mientras los otros ejes, psicosis y perversión, se articulaban en una construcción que tiene la solidez racional de la modernidad que de algún modo representan.
La razón gusta de las clasificaciones aunque estas sean como aquellas de la Enciclopedia china que cita Borges y a la que responde la carcajada de Foucault al comienzo de Las palabras y las cosas. La psiquiatría del siglo XIX conoció la pasión del entomólogo de cuya aplicación resultó la discriminación fenomenológica de distintas formas de la alienación, de sus síntomas, operación mediante la cual la figura del loco dio paso a la de los enfermos mentales. El signo pasó a codificarse en los cuadros clínicos que permitíeron establecer las semiologías de las enfermedades mentales e inscribirlas como un nuevo capítulo de la medicina. Por esa vía el siglo XIX produjo un saber sobre la locura como enfermedad sin sujeto, que dejó como desecho al sujeto de la enunciación, al loco mismo como sujeto por su palabra.
En ese tiempo ¿cómo se ubicó ante el loco el psicoanálisis naciente? ¿Como acogieron los psicoanalistas ese signo viviente que es el loco ? Empezamos hoy a saber mejor cómo la invención freudiana estuvo inmersa en esta pasión clasificatoria de las enfermedades mentales y de la locura, baste recordar las huellas que una nosografía aún vacilante deja en la lectura que Freud hace de Schreber o en las discusiones con Bleuler, vía Jung, acerca del término de esquizofrenia. Pero, sin duda, su invención significó también y en primer lugar, una ruptura con la racionalidad que sostenía la división entre los normales y los anormales, y con la naturaleza misma del saber en juego.
Sin embargo, es conocido por todos la dificultad de Freud en el trato con los llamados psicóticos. A la vez que recibía en su consulta a muchos de ellos no dejaba de experimentar allí un importante bloqueo que entendió como un obstáculo, inherente al otro, respecto a la transferencia. Por lo tanto, si consideramos a la teoría como una cierta elucubración de saber que arranca con Freud, en posición de inventor de un nuevo método, no podemos obviar interrogar de que modo la teorización de ese obstáculo se transformó en una franca objeción teórica al tratamiento de los psicóticos mediante el análisis. Es decir, de qué modo la teorización de la transferencia llevó a establecer esa línea de la segregación.
No obstante ello, vale recordar que. en la misma época, Ferenczi, Federn, Abraham y muy pronto Melanie Klein se aventuraron en ese terreno sin balizar, y, no dando consistencia a la dificultad freudiana, buscaron forjar nuevas herramientas para instaurar con el llamado psicótico algún juego de lenguaje posible, ya que de eso se trataba para que el signo dejase de estar en impasse.
En todo caso el trato que el psicoanálisis hubiera podido dar a la locura, como un trato diferente al de la medicina, estuvo en ese momento seriamente afectado. Teóricamente y en buena medida también en la práctica, el loco como enfermo mental fue, a partir de entonces, un signo codificado por la psiquiatría, y en impasse de tratamiento posible para el psicoanálisis: se quería entender su modo de funcionamiento, sin encontrar como funcionar con él. Los saberes que abrían camino también hacían obstáculo.
Otro aspecto ha de ser subrayado, por su incidencia aún actual, de aquella trama del saber de la psiquiatría con en el psicoanálisis naciente. Se hace hoy imprescindible caer en la cuenta de cómo la absoluta novedad de los planteos freudianos sobre la sexualidad en su dimensión pulsional, tal como aparece en los Tres ensayos…, quedó supeditada a una teoría desarrollista que por la vía del complejo de Edipo hizo suya las prerrogativas supuestamente ideales de la heterosexualidad. Los vaivenes de Freud en la teorización de la llamada homosexualidad, su relación supuesta con la paranoia, la homogeneización de las diferencias entre paranoia femenina y masculina, son algunos de los muchos elementos que invitan hoy a cuestionar esa pauta normalizante en un momento además en que la misma psiquiatría deja caer buena parte de las teorizaciones anteriores y se da una nueva caja de herramientas. Se trata para el psicoanálisis de discernir los peajes que Freud pagó a su época. La caída del órgano-dinamismo ¿no señala la irreversible disyunción que podría operarse entre psiquiatría y psicoanálisis? Si así fuera, cobra entonces nueva pertinencia la pregunta que Lacan lanza en 1967: "¿Cómo vamos a responder, los psicoanalistas, a esa segregación puesta al orden del día por una subversión sin precedentes ?" ¿Cual es la respuesta pertinente de un psicoanalista a alguien llamado (por otro saber) un enfermo mental y que, a veces, incluso se presenta bajo ese nombre, por ejemplo, " el esquizo", como escribe Louis Wolfson de sí mismo?
Desafíos en el impasse actual
En 1967 Lacan considera que el psicoanálisis está atravesando una crisis: la de una instalación en connivencia con ciertos poderes que le asignan con beneplácito también cierto lugar social.
"Se podría decir que estamos en un momento de crisis; en el psicoanálisis, en Francia, es el momento de una puesta en su lugar de un cierto dispositivo que debería regular en el futuro el estatuto de los psicoanalistas; todo eso acompañado de grandes promesas electoral. El estatuto de los psicoanalistas, según la opinión de Fulano de tal, debiera acompañarse de todo tipo de sanciones, bendiciones y especialmente médicas. (…) En ese caos me encontré con cierto número de otros sobre una balsa. Durante diez años, se ha vivido con los medios de a bordo, no se estaba carente en forma absoluta de recursos, no se era un cualquiera Y allí dentro ocurrió que lo que yo tenía que decir sobre el psicoanálisis tomase cierto alcance (...)"
¿Qué razón da para esta advertencia respecto a los riesgos de los presuntos éxitos sociales que puede lograr aquí o allá el psicoanálisis ? En vez de razones, preguntas: "En primer lugar el psicoanálisis ¿es pura y simplemente una terapéutica ?¿ un medicamento ?¿ un emplasto?, un polvillo de pirlimpinpin ¿todo eso que cura ?¿Por qué no? Sólo y porque el psicoanálisis no es en absoluto eso. Y habría que confesar que si fuese eso, uno se preguntaría verdaderamente por qué sería eso lo que uno se impondría ya que de todos los emplastos este es uno de los más fastidiosos de soportar. Después de todo si hay gente que se compromete en ese asunto infernal que consiste en ir a ver a un tipo tres veces pos semana y durante años, con todo eso ha de tener cierto interés…"
La respuesta toca pues a un punto esencial que pone en evidencia que en nuestro mundo "la función del analista no va de suyo. Justamente, no va sobre ruedas ni el darle un estatuto, o costumbres, o referencias y precisamente también un lugar en el mundo." Esta dificultad hace a que su lugar se revela como el de una atopía. El psicoanálisis para sostener su especificidad ha de "conservar una posición muy suya que llamé a veces con el nombre que merece, extra-territorial".
El saber de las substancias.
Que ciertas substancias tengan efectos sobre el cerebro y sobre la psiquis es una muy antigua experiencia. El opio, la coca, la canabis, etc. han sido sustancias con las que los seres humanos han buscado y buscan modificar sus estados psíquicos. Sin embargo, los medicamentos psicotropos son bastante más recientes y, en los últimos cincuenta años, ellos han conocido, de la mano de la bioquímica y de la industria farmacológica, un éxito ascendente.
Sus resultados son en buena medida determinantes de las nuevas clasificaciones fenomenológicas, las del DSM (III o IV) por ejemplo, clasificaciones que buscan globalizar, estandandarizar, universalizar, pasar el rasero a la diversidad mediante un afinado instrumento de una clínica ordenada a una terapéutica gobernada prioritariamente por el saber de las sustancias. No sólo ellas sin embargo, ya que en el horizonte se perfila otro saber: el de la genética humana, con promesas cuyo ideal sería el de localizar los determinismos de las enfermedades mentales para actuar sobre ellos. Sueño humano de eliminar a la locura, "su fiel compañera".
El surgimiento de la cloropromacina marcó el paso a una medicalización efectiva de los síntomas delirantes y determinó el irresistible ascenso de ese saber sobre los efectos psíquicos de las substancias. Así, al comienzo de los sesenta, nuevos medicamentos se fueron añadiendo como un elemento más en la caja de herramientas que se había forjado antes. Estos nuevos "recursos" ¿podían eximir de examen al campo conceptual forjado hasta entonces ? Más bien los hechos mostraron que llevaron a producir la crisis de la llamada psiquiatría dinámica y con ella a una cierta forma de amalgamar al quehacer psiquiátrico con el psicoanalítico
Hoy asistimos a una cierta euforia de la psiquiatría llamada biológica, circunstancial triunfo de un encare predominantemente pragmático y medicamentoso en el trato de la llamada enfermedad mental. La locura parece haber ganado a los practicantes de la investigación biológica y genética que esperan dominarla, o al menos así se mediatizan sus apuestas bioquímicas. Arreglo con substancias- buenas- prescritas y no proscritas. La teriaca, o sea el justo uso de una sustancia para que sus efectos sean benéficos y no venenosos, llega de manos de la bioquímica, como el ofrecimiento que la vía médica, llamada científica, ofrece hoy al trato de la locura.
El impasse del signo viviente, que es tal y cual loco, tal y cual de los llamados enfermos mentales, persiste e insiste para esta perspectiva de la psiquiatría, el punto a tratar no es para ella la subjetividad del loco sino su enfermedad mental. Vía pues el pharmacon, el alcance real de las palabras que ocurren entre el llamado loco y otro- su analista por ejemplo, son desestimables; no pueden valorarse en la dimensión de un alcance efectivo que puedan tener para el llamado enfermo mental. Para el médico así posicionado la medicina recubre el tratamiento de la locura.
Sin duda esto exige del psicoanálisis revisar su propia situación y situar vigorosamente su propuesta, su posición, ante los llamados enfermos mentales.
Bajo ese sesgo Lacan aparece continuamente, desde 1946, por no decir desde su tesis en 1932, circunscribiendo el particular lugar del psicoanálisis en su aproximación a la locura. Este movimiento de Lacan se inscribe como un esfuerzo permanente por situar la subjetividad del llamado psicótico en su particularidad, sí, pero antes que nada como alguien a quien lo aqueja algo que ha de ser pensado en la teorización unitaria de una práctica que concierne la relación de cualquier sujeto, hablante, con los motores de su vida erótica. Piénsese por ejemplo cuando señala en la rigurosidad el rasgo común de su trabajo con el del psicótico, o cuando subraya a la normalidad como rasgo no diferencial: "El neurótico es el normal en tanto que para él el Otro tiene toda su importancia. El perverso es el normal en tanto que para él el falo -gran F - (…) tiene toda su importancia. Para el psicótico el cuerpo propio, a distinguir en su lugar respecto a la estructuración del deseo, el cuerpo propio tiene toda su importancia. Y no son estas sino fases donde algo se manifiesta de ese elemento paradójico que voy a intentar articular para Uds. al nivel del deseo.
Intervenciones estas que, como pinceladas, tocan los ejes del corpus doctrinal en puntos neurálgicos por las certezas que allí operaban y que cerraban las posibilidades para que, mediante la plasticidad del método analítico, pudieran sus practicantes generar otra acogida a diversas subjetividades. En esa compleja tarea de abrir un camino al decir de la locura dos aspectos ligados entre sí particularizan - a mi parecer- el camino abierto por Lacan en esos textos de 1967. Esos aspectos conciernen a quien se hace destinatario del signo viviente y que a partir de allí, permitiéndole a éste (al signo, pues) deshacerse como tal, da lugar a la palabra de un sujeto, para buscar con él, en el espacio común, las posibles vías para tratar la extrema singularidad de la experiencia que se acepta compartir.
El primer aspecto concierne a cierta posición subjetiva respecto al saber mismo. Posición paradójica pues se trata de poder no saber. En una conferencia reciente Jean Allouch señalaba, como rasgo común identificatorio (einziger Zug) entre Lacan y Freud, una peculiar manera de dejar de lado, en la escucha del otro, al saber que construían. "Si hay algo de lo que no me burlo, algo que regulaba a Lacan en su relación con la locura (esta posición no es sin embargo excepcional, sino relativa) es algo que lo habitaba del comienzo al final, digamos desde Marguerite Anzieu a James Joyce, era algo que, permítanme decirlo ,yo había escuchado en el rumor Lacan, a saber que en su práctica, sabía no saber. Con mayor precisión todavía, y sus seminarios y presentaciones de enfermos atestiguan de ello, sabía no saber lo que Lacan pensaba. Sabía justamente, cuando eso se imponía, despreocuparse de Lacan. Ese nos parece el rasgo (einziger Zug) perfectamente ubicable también en Freud, mediante el cual podía, legítimamente, reivindicarse freudiano".
En 1967, Lacan insiste en este rasgo. En el llamado Pequeño discurso a los psiquiatras, por ejemplo, ese aspecto se liga también a otro que conviene igualmente destacar. En el encuentro con el loco Lacan subraya la aparición de la angustia, y con la angustia, en su horizonte, el objeto faltante. El objeto a. En la Apertura de la sección clínica Lacan insiste en que la erótica del psicótico también está regida por dicho objeto.
Particularicemos. La voz es una de las formas del objeto a. Quizá nuestra época pudiera favorecernos en una cierta manera de situarnos ante las llamadas alucinaciones verbales o acústico-verbales "El hecho que se borren las fronteras, las jerarquías, los grados, las funciones reales y otras, aunque sea bajo formas atenuadas, toma cada vez más otro sentido : el de someterse a las transformaciones de la ciencia que cada vez domina más nuestra vida cotidiana y hasta la incidencia de nuestros objetos a. No puedo quedarme en eso ahora pero si, de ese progreso de la ciencia hay un fruto tangible y cotidiano que pueden palpar cada día es que los objetos a cabalgan por cualquier lado, aislados, solos y siempre prestos a captarnos en la primera vuelta No hago alusión a nada que no sea la existencia de los medios de masas, es decir esas miradas errantes esas voces alocadas de las que se verán cada vez más rodeados, como de un destino natural- sin que tengan otro soporte que aquello que interesa al sujeto de la ciencia que las vuelca en vuestros ojos y oídos".
En la conferencia llamada "Mardi du vinatier", Lacan señala lo siguiente: "Actualmente se podría describir de modo totalmente diferente a la alucinación, alcanzaría con ser verdaderamente psicoanalista, pero no se lo es. No se lo es en la medida exacta en que uno permanece a la noble distancia de lo que aún se nombra, aún siendo psicoanalista, como un enfermo mental".
Entonces, ante las voces que el otro "escucha", ante esa transferencia que soporta muchas veces como abrumadora intrusión, ¿cual es la posición requerida al analista?: "La finalidad de mi enseñanza sería la de hacer psicoanalistas a la altura de esa función que se llama el sujeto, porque sólo a partir de allí, sólo desde ese punto de vista se ve bien de lo que se trata cuando de psicosis se trata."
La posición ante el saber no-saber y la manera de percibir la función de la angustia determinan la posición del analista. Hay aquí como una división de aguas: Lacan opone esa posición a lo que llama "pendiente psiquiátrica" y que describe como "las murallas, las nuevas murallas que colocan al otro mucho más como un objeto de estudio que como punto de interrogación respecto a un sujeto y de lo que sitúa a ese sujeto respecto a lo que calificamos como objeto extraño, parásito, la voz"
En el seminario sobre La angustia Lacan señala que el analista debe elevar su mira para poder sortear la tentación de aplicar un saber y dejarse en libertad para que, en el encuentro con el otro, de modo artesanal, algo nuevo se produzca. ¿La novedad que aporta el psicoanálisis? ¿No será para el psicótico, como para cualquier hablante, el constatar que la experiencia analítica no está en primer lugar ordenada a sanarlo de su enfermedad, sino a permitirle acceder a cierta verdad de su subjetividad? ¿a una subjetivación nueva ?
En las Jornadas sobre la psicosis infantil Lacan se asombraba: "Nada tan señalable como lo raro que han sido en los discursos de estos dos días, el recurso a uno de esos términos que puede llamarse relación sexual, inconsciente, goce.(…) Nunca fue algo directamente articulado. ¿Estaremos a la altura de aquello que, por la subversión freudiana, estamos llamados a sostener, el ser-para.el-sexo?".
Señalemos el sutil juego al que Lacan llama a continuación: el de discernir la relación del sujeto con el objeto, como forma de no caer en la impotencia clínica, que operaría un nuevo encierro de la subjetividad del llamado psicótico en alguna de las caracterizaciones nosológicas que parecen ordenar y tranquilizar al pensamiento sobre la locura. No deja de abrirse aquí una disyunción: una de dos, o bien prima la relación del sujeto al objeto en su particularidad erótica y se perturba lo que un buen neologismo dio en llamar "pernepsi" , o se diluye la singularidad de esa conexión en un neo-saber esencialisante sobre las estructuras psicopatológicas al modo como cierta doxa lacaniana ha intentado validar.
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